Toda relación de amor entre un adolescente y el rock comienza en un
dormitorio con la puerta cerrada, lejos del mundo: solo con sus discos,
sus miedos, sus esperanzas, quizá un fiel colega y una chica deseada. Es
en este contexto, en una casi postapocalíptica playa de El Saler, donde
el crítico musical y veterano colaborador de esta revista, el
valenciano Rafa Cervera, sitúa a su protagonista, sosias del propio
autor.
Al otro lado del espejo del deseo (literario, pero también mítico), un
David Bowie post Station to Station acompañado por sus propios amigos y
amantes (Iggy Pop, Corinne Schweb) que permite al autor soñar ante la
posibilidad de que Low fuese concebido en la ciudad del Turia. Dos
historias de redescubrimiento —Cervera eliminó una tercera– que
funcionan como variaciones que se retroalimentan, recordándonos que, en
última instancia, el rock tan solo existe en el corazón del oyente y la
cabeza del intérprete. A la manera de Manuel Vilas en Lou Reed era
español, Cervera utiliza al mito muerto para reescribir su propia
biografía, rendir homenaje a los caídos y entender aquella balbuceante
España democrática. Teñida por una serena melancolía y una sincera
mitomanía, pocas novelas han conseguido captar como esta el papel del
rock como fantasía íntima adolescente, en la que Ignacio Pinazo es Andy
Warhol y el Duque Blanco, un joven valenciano arrojado a un mundo que le
resulta tan ajeno como al Thomas Jerome Newton de El hombre que cayó a
la tierra.
[Fuente: Héctor G. Barnés para ruta66.com]
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