Generador de proyectos, creador en la sombra de los grandes y productor discográfico crucial cuando todavía este rol no estaba plenamente asumido en nuestra industria musical, Rafael Moll fue un profesional indispensable para que diversos creadores clave del país brillaran y dejaran obras perdurables: Sisa, Gato Pérez, la Companyia Elèctrica Dharma, Serrat, El Último de la Fila, Peret… Todos ellos, y unos cuantos más, encontraron a un cómplice despierto y de fino criterio en Moll, fallecido este sábado en Barcelona, de un cáncer de fulminante desarrollo, a los 72 años.
Su nombre queda asociado, en primer término, a la ‘ona laietana’, la escena aglutinada en torno a la sala Zeleste, a mediados de los años 70. Moll había mostrado inquietudes musicales en su primera juventud, estudiando oboe, integrándose en La Troupe (grupo que grabó un sencillo en el sello ‘Els 4 Vents’) y colaborando con Els Joglars. Su primera alianza sólida fue con Sisa, tomando parte en su primer álbum, ‘Orgia’ (1971), ayudándole luego en tiempos en que ninguna discografía le hacía caso y convenciendo a Edigsa para que publicara un álbum excéntrico, mágico y finalmente muy comercial como fue ‘Qualsevol nit pot sortir el sol’ (1975).
En aquel tiempo, Moll ya operaba en Zeleste, nave de la calle Argenteria a la que se subió como programador en el verano de 1973, pocos meses después de su apertura. Creó ahí una revista que solo publicó un único número, si bien él ejercitó luego la escritura musical en una cabecera histórica, ‘Vibraciones’. Más duradera fue su labor en el sello Zeleste-Edigsa, de la mano de Víctor Jou y entendiéndose con Claudi Martí, que se estrenó con ‘Salsa catalana’ (1974), de la Orquestra Mirasol, al que siguió el segundo disco de la Dharma, ‘L’oucomballa’. A Moll le gustaba decir que en Zeleste, como programador, no tenía criterio, porque encajaba a artistas de muy variado registro, huyendo de tribus y sectarismos: cantautores, orquestas latinas, rock progresivo, jazz y fusión. Y de una de las muchas y desenfadadas comidas con Sisa y Gato Pérez salió la idea de crear un grupo para que tocara en Zeleste la noche de fin de año de 1974: ahí nació la Orquestra Plateria.
En su labor como productor, aunque no siempre se le mencionara en los créditos con esa misión, llevó las riendas en obras fundamentales: ‘Bèstia’ (1977), el artefacto salvaje de Oriol Tramvia, un disco, decía la nota, “ecualizado, manipulado y montado” por Rafael Moll. Grabó los álbumes clásicos de Gato Pérez, como ‘Romesco’ (1976, con el tema fundacional ‘El ventilador’), y otras estimables piezas de Jordi Sabatés, Música Urbana, Blay Tritono y Jordi Farràs (La Voss del Trópico).
En 1978 creó su propia productora, Cabra, desde la que gestionó las carreras de muchos de esos artistas y comenzó a trabajar con Serrat, canalizando sus contrataciones en Catalunya. Alianza esta que fue a más y que le llevó a asumir tareas de producción en el álbum ‘Tal com raja’ (1980) y en su sucesor, un disco renovador del lenguaje ‘serratiano’, ‘En tránsito’ (1981), hasta suspenderse por el ruidoso desencuentro a raíz del uso publicitario (un anuncio de compresas) del tema ‘Hoy puede ser un gran día’.
Muy asentado en la industria musical, en los 80 trabajó para diversos sellos discográficos. En el independiente PDI apostó por una pareja de músicos de currículum tan interesante como calamitoso, Manolo García y Quimi Portet, firmando la producción de los dos primeros álbumes de El Último de la Fila, ‘Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana’ (1985) y ‘Enemigos de lo ajeno’ (1986). También ahí defendió a un joven cantautor muy heterodoxo, Albert Pla, en el camino a su primer álbum, ‘Ho sento molt’ (1989).
Y se anotó el disco de regreso de Peret tras sus años de oficio evangélico, ‘No se puede aguantá’ (1991), en una época en que se le vio vinculándose a la Olimpiada Cultural. Moll se estableció a partir de 2002 en el mundo editorial, trabajando en el Grupo Planeta hasta su jubilación, aun sin apartar nunca la mirada a la escena musical y postulándose, por ejemplo, para gestionar la sala El Molino. Observador agudo y discreto, activo en las redes sociales, compartía con su amigo del alma Jaume Sisa el interés por un grupo catalán emergente, La Ludwig Band, a quien todavía se habría visto con ánimos de trabajar.
[Fuente: elperiodico.com -Enlace original-]
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