Llevan más de 30 años siendo referente en la hostelería de Barcelona y ahora, por fin, Grup Iglesias llega a Madrid con Las chicas, los chicos y los maniquís: estética ochentera donde se tapea viajando a la Movida madrileña con un estilo creativo y de vanguardia.
Ni pub de copas ni garito de after: la Movida madrileña ha vuelto en forma de restaurante. Así, con el ritmillo en la cabeza de la mítica canción de Radio Futura y bajo unos letreros luminosos con la letra tuneada, uno se adentra en este restaurante, situado en los bajos del nuevo Hotel Axel de Madrid, y que supone la primera apertura del consolidado y prolífico Grup Iglesias (Tickets, Bodega 1900, Espai Kru…) fuera de la Ciudad Condal.
Para un acontecimiento de tal magnitud, han apostado por todo un homenaje cultural a su nueva ciudad de acogida, y qué mejor que dedicárselo a la década más transgresora de todas: los años 80. Colores chillones, letreros luminosos, vinilos y, por supuesto, maniquís. Una estética que recuerda irremediablemente a las películas de Almodóvar, a los videoclips de Alaska y los Pegamoides y a las extravagancias de la Bruja Avería. Pero con mucho estilo y sin estridencias.
Está dividido en varios espacios, separados por el pasillo de entrada del hotel: a un lado, la barra cafetería, abierta desde el desayuno a las copas afterwork y, al otro, el restaurante propiamente dicho, con mesas en los laterales y una barra central en forma rectangular donde el equipo de cocina da los últimos retoques a los platos. Además, este espacio tiene continuidad en tres salas más, para disfrutar en formato privado (o a lo loco, según se tercie).
Pero ‘los maniquís’ no es solo una cara bonita muy bien conseguida, sino que la cocina es su gran punto fuerte. Al frente de los fogones está el chef Pedro Gallego Gallego (quien ha trabajado a las órdenes de Sergi Arola, Alberto Chicote y hasta del mismísimo Gordom Ramsey), con el asesoramiento creativo de dos maestros de la alta cocina como Miguel Estrada y Robert Gelonch, vinculados a los proyectos de los hermanos Adrià. Tres nombres que, además de un plus, son toda una garantía de que aquí se come muy bien.
Juntos han trasladado ese espíritu creativo, tradicional y a la vez transgresor de la estética ochentera hasta la carta: platillos y tapas muy pensados para compartir y que, para meternos aún más en esta ‘movida’, vienen presentadas en las vajillas experimentales del Taller de Piñero. Desde unas aceitunas gordal esféricas servidas sobre un Madelman a un ceviche de corvina thai sobre una cabeza gigante de pez.
¿Más? Deliciosísimas croquetas de jamón con guiso de pollo, unas genuinas patatas bravas Massiel con espuma ligera de alioli, un reinventado bocata te calamares con pan negro, mahonesa kimchi y encurtidos, un tremendo arroz con pato y gorgonzola o una ración de cochinillo ibérico confitado con salsa de tamarindo y patata criolla. Y estas son sólo algunas menciones, porque en esta carta hay mucho más. Pero lo mejor es probarlo y juzgar por uno mismo. Y es que aquí lo que reina es la ley del deseo, sí, al más puro estilo almodovariano. Quizá por eso uno sale con una buenísima sensación de ¡qué he hecho yo para merecer esto!
¿Por qué ir? Porque es la primera vez que la Movida se come, con un puntito de nostalgia castiza y tradicional, pero eso sí, en versión creativa, que para eso estamos ya en el siglo XXI. Y se puede hacer a todas horas, no solo en horario de comida y cenas. Aquí se puede venir también a la hora del vermut, para tomar en barra y en formato castizo desde unas conservas a unos boquerones marinados con chamaca y caviar de albahaca, unas cortezas de cerdo con polvo de maíz o unas Papa Luci Bom, con vinagre y pimentón dulce de la Vera, por citar algunas de sus tapillas.
[Fuente: Noelia Santos para traveler.es -Enlace original-]
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