Por edad e ideología de quinceañero revolucionario tampoco me atraían ni Tequila ni Moris, que sí escuchaban en los autos de choque. Lo mío eran los cantautores sudamericanos Claudina y Alberto Gambio, Olga Manzano & Manuel Picón, Inti Illimani, Victor Jara y los galaicos, claro, cantautores también y grupos folk, estaba hecho todo un chiquitito quilapayún. Hasta que llegó el London Calling y lo cambió todo. Entonces me pillé el 1º LP de Nacha y lo escuchaba cada día antes de salir a la calle, de hecho podría cantar todas las letras de memoria, me las aprendí con tal de olvidar la tabla periódica de elementos y la ley de Ohm. Por eso envidio al autor de “Música moderna”, siempre pensando en el futuro y abriéndose paso con sus estudios, yo en cambio le hice caso a Nacho G. Vega en lo de “no te asustes del futuro, ese monstruo no vendrá”, y sí, vaya si vino, me pilló como quien dice en bragas, en mi caso en blancos abanderados.
Dorian Gris y su descenso a las tinieblas del corazón, quiero decir, al corazón de las tinieblas, donde podría der el capitán Willard con una misión muy concreta; el coronel Kurtz que aquí sería -claro está- el malo de la historia, el productor estrella Julito. Más paralelismos, Dorian es Jeffrey Beaumont y el temible monstruo argentino, Frank Booth. Ambos venden su alma al diablo, maricón tanto el que da como el que recibe, por el polvo blanco me echaron del banco. Me encantan las pollas pero detesto a los tíos, ¿o será al revés, cuando tras un soportable primer encuentro ya no concibamos que nos enfilen por detrás?
Como mínimo esta magna obra de Stirner merecería llamar la atención de algún guionista plataformero sin prejuicos, quedaría genial en una serie echando mano de la narración en off, como en la peli inglesa “Submarine” de hace una década, pero ya se sabe que en lo musical este país no avanzará nunca; es una etapa esta a estudiar, la de la nueva ola, quedó aplastada por la movida que la devoró hasta hacerla desaparecer incluso del recuerdo colectivo, más allá de tres nombres clásicos y un ramillete de himnos generacionales, pero he de reconocer también que pocos lanzamientos de multinacional me atrajeron en su día, como muchos aficionados los consideraba ‘prefabricados’, fue el caso de Trastos, Tebeo o Tacones, comenzando por esas portadas truculentas tan típicas de las multis.
Pienso sinceramente que tiene una gran calidad literaria, Miguel Stirner no ahorra detalles en las descripciones de ambientes, ciudades, vestimentas, decoraciones, arquitecturas y moralidades, estupefacientes y yonkilandias, mapas corporales y diarreas mentales varias, todo lo que nunca hasta ahora nos habían contado de ese aparentemente glamuroso sector discográfico capaz de manejar los gustos musicales de este país a base de chequeras, cocaína, mentiras, falsas promesas y abusos de autoridad. Un valiente y cronometrado relato de hasta dónde seremos capaces de llegar con tal de alcanzar el paraíso, el éxtasis, la felicidad, la inmortalidad, en dos palabras: The Horror!
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