Nacido en la Plaza Reial, la vida de este ingeniero cambió después de un viaje a Londres. Tenía 30 años y trabajaba como consultor en el Colegio de Arquitectos cuando descubrió el mundo de los clubs del Soho, como el Marquee, un refugio para la contracultura y el rock, un modelo que quiso trasladar a su ciudad. El lugar elegido era una antigua fábrica de cera, capilla y almacén de paños ubicada en la calle Argenteria, por aquel entonces llamada Platería y ubicada en el destartalado barrio de la Ribera.
Su nombre, Zeleste, hacía referencia a uno de los amigos del elefante Babar, elegido por el hijo de Silvia Gubern para bautizar al nuevo local, cuya marca surgió de la caligrafía del pequeño. “Fue visionario respecto al barrio de la Ribera cuando estaba desierto”, destaca Rafael Moll, “y fue un visionario sobre el Poble Nou mucho antes de las olimpiadas, cuando decidió trasladarse allí”. Su ambiente íntimo, diseñado por Silvia Gubern y Jordi Masó con unas cortinas dando entrada a un local decorado con rojo aterciopelado, se convirtió en uno de los emblemas de la sala desde su apertura en 1973.
Durante una década larga, el local de la calle Argenteria fue el crisol donde se reunió la contracultura barcelonesa, un punto de intercambio que alumbró el movimiento musical de la Ona Laietana, aquella mezcla de rock progresivo, folklore, flamenco y jazz fusión que dio lugar a multitud de artistas como Jaume Sisa, la Companyia Elèctrica Dharma, Secta Sònica, la orquesta Platería, Pau Riba, Carles Flavià, Toti Soler, Máquina… Un sinfín de nombres en el que no puede faltar el Gato Pérez. Junto a ellos, actuaron también grandes nombres del jazz como Bill Evans, Tete Montoliu o Chet Baker. Una historia de éxito en lo musical que sin embargo no reportó beneficios económicos a su fundador, más preocupado por reinvertir el dinero en promocionar la música que en ganar dinero.
Pero sobre todo Víctor Jou construyó una base desde la que catapultar la carrera de docenas de músicos que no solo disponían de un lugar donde actuar. Zeleste estuvo disponible tras el cierre de madrugada como local de ensayo, además de dar nombre a un sello discográfico que dio pie a músicos como Sisa o la Dharma, además de una escuela de música y una empresa de Management para facilitar que los grupos actuaran más allá del local. Sin olvidar el papel fundamental que tuvo en la creación del festival Canet Rock, cuya primera edición de 1975 reunió a más de 25.000 personas en un ambiente de libertad con Franco todavía vivo. “Los grupos de la escudería Zeleste se extendieron alrededor de la península con actuaciones triunfales en las principales capitales”, explica Manel Joseph, cantante de la orquesta Platería, “y eso fue gracias a su iniciativa y la visión que tenía del negocio”.
De carácter tímido, la figura de Víctor Jou permanecía en un segundo plano y se abría solamente para un pequeño círculo de colaboradores entre los que se contaban Dani Freixes, Pere Riera o Josep Mas, Kitflus , un ejemplo este último de los músicos que salieron del entorno de Zeleste. “Supo atraer a gente muy variada en un momento en el que no había una sola verdad, por lo que eran muy importantes los diálogos”, recuerda Pepe Ribas, exdirector de la revista Ajoblanco . En las mesas de Zeleste “la gente construyó un gran movimiento a partir de muchos fragmentos, con la conciencia de que el individuo en soledad es pasto del autoritarismo”. Y en mitad de este magma de palabras y música “tenía muchas complicidades con los camareros, con la policía, con la censura, con el dinero, con el edificio que de repente se le caía”, explica Pepe Ribas. “Era currante, no era charlatán, misterioso y muy organizado como buen ingeniero”. Por su parte, Rafael Moll lo recuerda como una persona “que no se mostraba, tímida, discreta, por eso yo cogí tanto protagonismo”.
Reformado físicamente en 1979, Zeleste sufrió las transformaciones culturales de aquellos años en que Barcelona perdió su influjo musical en beneficio de la Movida madrileña, una transformación iniciada a finales de los 70 con la irrupción del punk, estilo que nunca fue del agrado del círculo zelestial . En 1986 la sala se trasladó a la calle Almogàvers, en un Poble Nou tan desangelado como lo era el barrio de la Ribera antes de la llegada de Zeleste.
Tal vez sin la magia de la ubicación original, arrancó una segunda vida con tres escenarios y un aforo mucho mayor que propició la llegada de artistas internacionales a la ciudad, como Paul McCartney, Björk, Radiohead, Massive Attack, Oasis, PJ Harvey, Héroes del Silencio o Juan Luis Guerra, entre un sinfín inacabable de nombres que, entre los grandes estadios y las pequeñas salas, encontraron en la nueva Zeleste aquel rincón que convirtió Barcelona en parada obligada de sus giras.
Después del traslado, Víctor Jou abandonó unos años la gestión de Zeleste, tiempo que aprovechó para participar en la creación del Mercat de Música Viva de Vic y dirigirlo las dos primeras ediciones. Su regreso en 1995 estuvo marcado por las deudas del local, que cinco años después se vio condenado al cierre. Como aquellos políticos vocacionales que saben dar un paso al lado, Jou abandonó su pasión por la música para regresar a su anterior oficio de ingeniero, trabajando en la empresa de sanitarios Roca. Lo hizo decepcionado por la falta de ayuda de los poderes públicos, y por la pérdida del archivo histórico, incluidos sus vinilos. Zeleste cerró definitivamente el 9 de octubre del 2000 para reabrir un mes después bajo el nombre de Razzmatazz, con el que todavía se mantiene en funcionamiento hoy en día, una herencia de Víctor Jou como lo es la memoria del Canet Rock o la creación de una escuela, que a partir del sonido laietano, convirtió a sus alumnos en músicos de estudio de grandes artistas.
[Fuente: Sergio Lozano para lavanguardia.com y Pedro Madueño (foto) -Enlace original-]
No hay comentarios:
Publicar un comentario