Foto: Álvaro García |
En el caso del planeta DAM, la aventura periodística consiste en eso, en que sus piezas sobre Bowie, sobre Morrissey, sobre Dylan, sobre Springsteen, sobre Lou Reed, sobre un disco olvidado, sobre un disco encontrado, sobre una grabación inédita o sobre el sursum corda se sabe cómo empiezan, pero no cómo acabarán. Las palabras, las líneas, los párrafos, los artículos de uno de los grandes críticos y cronistas musicales que en España han sido van ramificándose extrañamente, Manrique empieza con una pequeña declaración de principios, pinceladas situando la cuestión, y el paraguas va abriéndose y salpicando al lector con gotas de datos, de evocaciones, de opinión, de interpretación, el contexto y las claves van corriendo por el subsuelo del edificio, y por arriba echan humo los datos, la información. Es la vieja estirpe del cronista cultural, tan Robinson Crusoe en tiempos así, tan ninguneada por algunos con demasiado margen de decisión, tan deseada por tantos miles de lectores con cada vez menos margen de elección.
Es muy probable, sin estar en su mente, que los miembros del jurado del Nacional de Periodismo Cultural le hayan premiado por todo esto. Por ser un ameno contador de historias, un solvente relator: estas dos cosas, unidas, suelen producir lo que Diego A. Manrique es: también un prescriptor.
Periodista y crítico musical desde los grisáceos mediados de los 70 tras haberse iniciado en el semanario Triunfo, DAM ha trabajado en prensa, radio y televisión. Desde las páginas de publicaciones especializadas como Vibraciones y Rock especial inició su magisterio, que desemboca en sus colaboraciones incansables en EL PAÍS y El País Semanal, y también en revistas como Rolling Stone donde, claro, le dan más espacio -que no más bola- que en EL PAÍS y vive más ancho y más feliz, por tanto. Pero hoy en día, en las páginas de Cultura del diario, su sección Universos paralelos se zambulle cada lunes (¡tienes que entregar antes, primo!) en las historias no contadas o contadas a medias de músicos y músicas. Su última colaboración, hace tres días, sobre Nick Drake, muerto por sobredosis de antidepresivos hace 40 años y uno de los grandes de la introspección musical, fue otro regalo para quienes le editan y, queremos pensar, para quienes le siguen y le leen. Los mismos que conversan con él en sus chats y que siguen sus podcasts en EL PAÍS.
En el pasado, la voz de vacile y como un poco gomosa y la cara de guasa de Diego A. Manrique han retumbado y se han visto en programas de televisión desaparecidos en la noche de los tiempos, caso de Popgrama (1979-1980) o Caja de ritmos (1983), junto al no menos inolvidable Carlos Tena. De 1992 a 2010 llevó las riendas de El Ambigú en Radio 3 de Radio Nacional de España. En la casa (Radio 1) presentó también el espacio La madriguera. DAM fue nombrado director adjunto de Radio 3 en 2008, y dejó el puesto tras ser cesado en 2012. Evidentemente no vivió bien, y sigue sin hacerlo, aquella salida por la puerta de chiqueros.
Pero en esta biografía los cargos tienen naturaleza de actor secundario. El protagonismo se lo lleven sus frases, sus textos, muchos de ellos recogidos en el libro Jinetes en la tormenta (Espasa). Son sin duda todos ellos los que le han dado el Premio Nacional de Periodismo Cultural.
[Fuente: Borja Hermoso, El País -Enlace original-]
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