Foto: Tania Castro. El País |
“¿Cuánto tardará Valencia en tener un impulso cultural similar al de los años ochenta?”, se pregunta el veterano promotor musical Julio Martí al recordarle que él también aportó intérpretes y grupos a Pachá, sala abierta hace 30 años que luego sería Arena, equipada con moderna tecnología sobre un interiorismo industrial acorde con el momento. Se hizo en un almacén de patatas que dentro de poco se convertirá en un supermercado. “Sí, allí llevé hasta a B. B. King”, recuerda el promotor valenciano, aunque el popular auditorio destacó por programar nombres del pop y el rock internacional en momentos de éxito o en pleno crecimiento. Los Sugarcubes de Björk o el Soft Cell de Marc Almond son un ejemplo de aquella década, aunque hubo muchos más.
Pachá-Arena fue la única sala para 4.000 personas que Valencia nunca debió perder, pero no un fenómeno aislado. Martí la evoca como una ciudad “abierta y multicultural donde todo tipo de música y propuestas tenían cabida”. En el programa Locos por Valencia de la cadena SER, el crítico musical Eduardo Guillot recordaba hace unos días que Pachá recogió un afán de música en vivo que ya hervía en otras salas menores de la ciudad y alrededores. De hecho, Napoleón Beltrán, su propietario, fichó en 1987 para pinchar y programar la sala menor del inmueble, Garage Arena, a Manolo Rock, que era el alma de Gasolinera, una sala nacida también en 1984 donde solo actuaron grupos españoles.
Los conductores de Locos, Amadeo Salvador y Arturo Blay, entonces animadores de Los 40, fueron en parte protagonistas de la inauguración, que se hizo a bombo y platillo el 29 de diciembre del 83. “Hasta entonces, los grandes conciertos se hacían en la sala Bony de Torrent, que tenía un escenario majestuoso pero sin condiciones para ello; a mitad de concierto apagaban el aire acondicionado para que las barras funcionaran”, recuerda Blay. “Valencia era moderna y exigía una sala como Pachá”.
“Vino a satisfacer una demanda que había en la ciudad de grupos internacionales que sonaban en ciertas discotecas de un circuito que, años más tarde, acabó convirtiéndose en la Ruta del Bakalao, y gracias a Pachá también pasaron por aquí”, subraya el crítico musical Rafa Cervera. En esas discotecas, asegura Blay, se estrenaban “vía importación, muchos lanzamientos discográficos antes de editarse en sellos nacionales”.
De aquella Valencia, Jorge García, periodista cultural entonces, recuerda otras cosas: “Valencia Cinema y el cine Xerea como lugares donde cultivar la cinefilia, las aglomeraciones en la Mostra de Cinema, el club Perdido de jazz, una programación del Teatro Principal que combinaba teatro, jazz y danza en sabias dosis” o las “concurridísimas exposiciones en las galerías privadas, o en la sala Parpalló”. En aquellos años, además, la Trobada de Música del Mediterrani se empeñaba en subsistir; se produjo una explosión de creatividad muy bien representada por el boom del cómic, del diseño valenciano y de grupos musicales; se inauguró el Palau de la Música; que fue Premio Nacional de Arquitectura; se diseñó y trazó el cauce del Turia tal y como lo conocemos, salvo las obras de Calatrava, y abrió sus puertas, ya hacia el final de la década, el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM), el año en que los Sugarcubes actuaron en Valencia.
“Hemos duplicado los espacios públicos para reducir la actividad cultural a la mitad”, sentencia Julio Martí, escandalizado, por lo demás, de que Pimpinela abra la programación otoñal en el Palau de Les Arts, el templo valenciano por excelencia de la música. El dúo argentino celebra aquí su 30 aniversario, igual que hace 30 años, en el templo de la música que era Pachá actuaron Ian Dury, Depeche Mode, The Psychedelic Furs y Orchestral Manoeuvres in the Dark, entre otros.
Ya desde Pachá, Arena imprimió un ritmo que “convirtió en normal lo que ahora sería extraordinario”, en palabras de Arturo Blay, que recuerda la Semana Santa de 1984, cuando con solo seis días de diferencia actuaron los Simple Minds y Ultravox. Era lo más parecido a estar en Edimburgo o Londres. La banda de Jim Kerr tenía como teloneros a China Crisis, grupo de Liverpool que hace dos días aterrizaba en loor de multitudes en el QFestival de Alzira para presentar su primer álbum en 20 años. Hace 30 estrenaban en Valencia nuevas canciones como Wishful Thinking, que hoy es aún su pieza más oída y popular.
Ellos ni se acuerdan, pero hay una página en Facebook, llamada Arena Auditorium Valencia, donde se recoge buena parte de la memoria de aquella programación. Arranca con una gala que, pocos días después de la inauguración, ofrecieron Pedro Almodóvar y McNamara junto a Alaska y Dinarama. Solo hicieron otra similar en Madrid. Y eso solo fue el comienzo. Nick Cave, Ramones, The Residents, The Cure, Devo, Crusaders, Pretenders, Radiohead, Iggy Pop, son una mínima parte de la nómina interminable de bandas que desfilaron por el viejo almacén de patatas de Benimaclet hasta 1999.
Al comparar con lo que aquello representó, Rafa Cervera considera que “Valencia se ha hecho una ciudad más conservadora”. Estima que “Arena apostó tanto por grupos internacionales establecidos como alternativos o emergentes, estos últimos sobre todo en Garage Arena”, y le “cuesta creer que si ahora vinieran grupos equivalentes, tuvieran la misma repercusión en cuanto a aforo”. Con todo, ve signos de aquel espíritu inquieto en visitas esporádicas como la del canadiense Owen Pallett a la Rambleta en noviembre.
Eduardo Guillot puntualiza que “hay muchas más salas que entonces con una programación constante y de grupos emergentes que no conviene perderse”, como por ejemplo Cave, que actúa el mes próximo en 16 Toneladas. Pero reconoce que no existe “la cultura de directo de entonces y no hay quien meta 3.000 personas en una sala”. Observa, además, que “muchos de los grupos que pasaban por Arena o Garage ahora van a los grandes festivales”. Por las dos salas de Arena pasaron en su día Suede, Primal Scream, The Wedding Present, P. J. Harvey, Paul Weller y un largo etcétera que bastantes años después han desfilado por el FIB de Benicàssim, por ejemplo.
El almacén donde todo eso pasó, dentro de poco supermercado, permanece en Benimaclet como mudo testimonio, aunque no aislado, de una Valencia que se soñó moderna en los años ochenta.
[Fuente: El País, -Enlace original-]
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