Al enterarme de la noticia del fallecimiento de Juanjo Pizarro enseguida se me vino a la cabeza aquella historia de las navidades de 2005, cuando a la intempestiva hora de las diez de la mañana del día de nochebuena fue despertado por un músico callejero de la calle Tetuán, un voluntarioso jipi cuarentón que desgranaba una tras otra las canciones más conocidas de Bob Dylan. El concierto hubiese sido aceptable de no ser porque todas ellas las tocaba con las mismas dos notas: Do menor y La menor, lo que hacía despertar en Juanjo la peor resaca de su vida. Así que se dirigió al armario y, llevado por el espíritu navideño, en lugar de coger la escopeta recortada que dormía en el fondo, prefirió coger su guitarra acústica y hacer la buena obra del año, que consistió en enseñarle al fulano aquel a tocar todas las canciones con tres notas, incluyendo ahora Sol Mayor. Una vez que el otro entendió el concepto, nuestro amigo le acompañó en sus canciones durante una horita, lo que hizo que los ingresos de los transeúntes aumentaran muy por encima de la media habitual, y eso sirvió para que el músico callejero pudiese comer decentemente durante los siguientes días festivos. Y como de bien nacidos es ser agradecidos, una vez que guardaron las guitarras en sus fundas se dirigieron a sellar su nueva amistad con unos mostitos a La Goleta, ese lugar de la Campana en el que el tiempo se detuvo en los años 30.
El tiempo se acaba de detener también definitivamente para Juanjo, 58 años después de que naciese en Fuente de Cantos, donde su padre, D. Agustín, era maestro de escuela. En Sevilla siempre le hemos conocido pegado a una guitarra desde que al inicio de la década de los 80 formase Pi Lakatú Fonsana, la primera banda que salió del Instituto Martinez Montañés dando lugar a La Escuela del Prensa (por el edificio cercano en cuyos bajos se juntaban), de la que tantos músicos sevillanos han salido. Juanjo pasó por infinidad de bandas locales desde entonces, como Entresuelos o Brigada Ligera, pero sobre todo su nombre ha brillado en la Santísima Trinidad del rock sevillano, porque fue pilar fundamental de los Sacramento que acompañaron a Silvio; de Dogo y los Mercenarios y de Pata Negra, en el periodo final del grupo, cuando les vimos en una de las escenas más delirantes del cine español, porque en Bajarse al moro la banda se pasaba el tiempo tocando en la azotea de la casa de al lado de Echanove y la Forqué y un vecino ofuscado por tanto ruido echó a volar la guitarra de Juanjo. Esa fue la época en la que los Pata Negra grababan un concierto para la MTV y Frank Zappa, que estaba allí al ser su hijo el productor, invitó a Juanjo a cenar porque le recordaba a Keith Richards.
Su carrera siguió fuera de Sevilla tocando con Def Con Dos y produciendo discos de toda clase de grupos, en los que siempre sonaba algún acorde de su guitarra, la que arropó igual a músicos callejeros que a figuras de la talla de Steve Wynn. Este primer sábado del año ha amanecido demasiado frío.
[Fuente: José Miguel Carrasco para diariodesevilla.es -Enlace original-]
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