Los fanzines son esas revistas primitivas y espontáneas que sirven para perfilar y difundir la pasión por la música más fresca de la ciudad. Una expresión pura de inquietud juvenil.
Hace unas semanas, TVE evocaba en el programa “La edad de oro” los primeros pasos de la joven música madrileña. Que,curiosamente, fueron en forma de fanzine. “Kaka de Luxe” era el nombre de una revistilla clandestina que se vendía por El Rastro hace cinco o seis años. Sus autores tenían ganas de hacer cosas; lo primero, un fanzine, una revista llena de sus dibujos y sus gracias, sus obsesiones y alguna fantasía. Luego pasaron a tocar instrumentos, a cantar, a componer y crear letras. De aquella revista ha surgido lo más florido de la actual música “pop” española.
Digamos que un fanzine es el medio más accesible para un adolescente que quiere expresarse. No se necesita experiencia literaria ni grandes medios: basta con tener algo que decir. Se complementa el texto con algunas fotos o dibujos, se maqueta con más o menos cuidado y se lleva a una fotocopiadora. Se tiran unos pocos centenares de copias y ya está. Bueno, también hay que venderlo. Algunas tiendas de discos y boutiques modernas aceptan quedárselos en depósito; lo más sencillo es acercarse a los conciertos o los lugares de concentraciones juveniles, ofreciéndolos directamente.
Son productos de la Galaxia Xerox. Las máquinas fotocopiadoras hacen posible la creación de una revista particular y eso es lo que son la mayor parte de los fanzínes, testimonios de las inquietudes de muchachos que comparten estudios, barrio o intereses. En otros tiempos, los fanzines pertenecían exclusivamente a los mundillos del comic, la ciencia-ficción y géneros adyacentes. Ahora, dominan los de música. Son una legión imparable, una proliferación asombrosa de iniciativas.
De hecho, están saliendo fanzines cuidadísimos, realizados en imprentas y con ambiciones de competir con las publicaciones oficiales. “Du Dua" es el nombre de un periódico de amplia tirada -cada ejemplar del número uno iba acompañado por un flexidisco de O. X. Pow y Derribos Arias-, que recoge los esfuerzos de fanzinerosos que militaron o militan en aventuras como “96 Lágrimas", “Mental” o “Banana Split” . Quieren jugar en la Primera División después de sus temporadas en los subterráneos; tienen depósito legal, perdiendo el marchamo de la clandestinidad. Existe incluso un fanzine electrónico, “Subari Bari”: un vídeo de unos quince minutos realizado por gente que estuvo en “La pluma eléctrica”, una publicación de breve existencia que destacó por su humor corrosivo, su amor por el cotilleo y su voluntad de renovación.
No todos los fanzines son maravillosos. Dejando aparte su valor de expresión generacional no manipulada, hay que reconocer que algunos son particularmente inútiles y estúpidos. Otros resultan prácticamente ilegibles, tanto por la reproducción como por su nivel literario. Pero también abundan creaciones vibrantes, tanto por su inteligencia -“Degalité”- como por su belicosidad grupal -“Penetración”- y la capacidad de apasionamiento de los autores. Por no hablar de esa voluntad de reflejar su tiempo, todo lo que rodea a la turbulencia sonora; “Rockocó” sólo contiene fotografías, agrupadas en números monográficos –“punks”, “mods”, “tecnos”- que retratan a las diferentes tribus musicales.
Hacer una reseña pormenorizada de los papeles alternativos del “pop” sería una tarea auténticamente imposible. Muchos de ellos no salen del círculo más inmediato de sus autores; gran parte sólo publican un número y desaparecen en la noche de los tiempos. Otros no merecerían estar en ninguna hemeroteca “pop”: páginas reiterativas, cerriles, masturbatorias. Pero la ciudad está hirviendo con la llama de los fanzines. Ellos asumen una proximidad a la música que se crea ahora mismo, prescinden de poses profesionales, se expresan con el descaro y la fiereza de sus pocos años. Posiblemente no se hayan planteado grandes discusiones teóricas respecto a la relación entre forma y contenido. Pero están ahí,gracias a una voluntad de participación que reniega de los esquemas consumistas tan queridos a la industria del disco; comprad los discos de vuestros ídolos, adquirid las revistas de colorines en que hablan de ellos.
Se llaman “Lollipop", “96 Octanos”, “Licantropía”, “Atún peludo”, “Variaciones” , “Deoído", "Cero Quince”, “Te Espío”, "Monster”, “Ediciones Moulinsart” , "La parlote”...
[Fuente: Diego A. Manrique. Informativo Villa de Madrid, 15.06.1983]
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