No he podido evitar, a la hora de escribir unas líneas sugeridas acerca de Enrique Urquijo (más concretamente por la efeméride de los 20 años de su fallecimiento) y a modo de cabecera, rememorar brevemente mi situación emocional y cotidiana en el momento del óbito.
Recién divorciado, aquel 17 de Noviembre de 1999, tomé un bus en la Estación Sur de Madrid que me llevaría a dejarme un ápice de mi economía en joyas de vinilo que a buen seguro me encontraría en la Fira del Disc que, creo recordar, se celebró, en aquella ocasión, en la estación del Nord de Barcelona. Instintivamente y en previsión del largo y agotador viaje, compré el diario El País en el puesto de prensa que había en la estación y sin mirar tan siquiera los titulares, lo metí en la mochila. Me acomodé en mi asiento y, tras comprobar y maldecir el haber olvidado el discman que por aquel entonces me solía acompañar en los viajes, decidí ponerme a devorar el periódico sin llegar a sospechar que me iba a encontrar con una de las noticias luctuosas que, salvo las relativas a desgracias propiamente familiares, mayor impacto me ha causado en mi vida: la muerte de Enrique Urquijo. No creo que existan los adjetivos suficientes para describir como me quedé, tanto, que ni fuí capaz no solo leer los (mínimos) detalles que desgranaba la terrible noticia sino de seguir hojeando, cabe decir, además, que yo no atravesaba el mejor momento de mi existencia. Inmediatamente y mirando fijamente el horizonte que permitía la Nacional II, entoné mentalmente una a una las canciones que interpretó junto a su grupo paralelo Los Problemas en un mítico concierto en la sala Woody que tuve la suerte de disfrutar unos meses antes de su muerte, lo cual no hizo sino agravar mis ánimos, de tal modo que llegué a la estación de Sants como un zombie, la suerte que tuve es que nadie me esperaba, quedando mi estado en el más absoluto anonimato.
Para la mayoría de la gente, prensa amarillista incluída, se había ido un precursor de la movida madrileña, un tipo depresivo y toxicómano que tenía un grupo que se llamaba Los Secretos pero para mí se había ido un cómplice de correrías emocionales, sobre todo las que tienen que ver con la melancolía , un genio inigualable que sabía utilizar como nadie las palabras precisas para plasmar en sus canciones el desamor más tóxico y hacer de la tristeza un octavo arte.
Como metáfora alegórica, la mítica frase de la canción de Gardel " ... veinte años no es nada" está genial pero lo cierto es que dos décadas son tiempo más que suficiente para poner las cosas, aunque sea de forma parcial, en su sitio, a Enrique le llueven los homenajes, se le reconoce su talento y no se recurre, como referencia, a esgrimir ni sus adicciones ni su lado oscuro pero quizá lo más importante, y ya hablo a nivel social, es que, en tiempos de impersonalidad y nihilismo absolutos, se acepta, incluso por las nuevas generaciones, la hipersensibilidad como una opción atractiva a la hora de escuchar música sin tener por ello que esperar a sufrir ningún tipo de bajón anímico y, por supuesto, sin caer en ese espíritu crítico que en este país se utiliza con ligereza.
Como no podía ser de otra forma, al fin y al cabo soy un humanoide con tintes de normalidad, tengo, para terminar, que recurrir al tópico de "nos quedan sus canciones" ... cierto es, desde luego, que "Tu tristeza", "Hoy la vi", "Buena chica", "La calle del olvido", "Pero a tu lado", "Volver a ser un niño" o "Colgado" (por citar las primeras que me vienen a la cabeza pero bien podrían ser una veintena), incluso alguna versión que se atrevió a hacer suya con Los Problemas (devastadoras "El hospital" y "María la portuguesa"), forman parte de la memoria colectiva de la música ligera española y es un privilegio tenerlas siempre a mano pero siempre me quedará, y es algo que me corroe, la desazón de no poder haber disfrutado más tiempo de la evolución personal y musical de Enrique Urquijo, de saber de que manera hubieran encajado su espíritu lánguido y taciturno en estos tiempos en los que, la masa media tiene motivos más que suficientes para la pesadumbre y debería, más que nunca, remover su interior ayudándose de sus (poco convencionales) canciones.
[Redacción Nuevaola80. Aurelio Sánchez]
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