Siniestro Total, 30 años buscando donde comer algo
En noviembre de 1982 salió publicado el disco de la popular banda gallega «¿Cuándo se come aquí?»
Diga sin miedo en la panadería árabe del barrio: «Ayatolah, no me toques la pirola». Tararee mientras viaja en autobús: «Los chochos voladores, vienen por mí». Grite en la junta de vecinos: «Mata hippies en las Cies ¡Aaaah!». ¿Qué? ¿No tiene valor?.
No se preocupe, ya lo hicieron por usted hace 30 años cuatro jovencitos de Vigo llamados Siniestro Total y, todavía, siguen vivos.
Nos remontamos a noviembre de 1982. Días antes de la llegada de Felipe González a la Moncloa, la discográfica independiente DRO (Discos Radioactivos Organizados) pone en el mercado el álbum ¿Cuándo se come aquí? del grupo gallego Siniestro Total.
Sólo ver la portada de Óscar Mariné impacta al aficionado. Los cuatro componentes de la banda aparecen caracterizados como los Hermanos Dalton, con sus bolas de prisionero en la mano y un cierto aire de autosuficiencia.
Pero lo peor estaba dentro: Quince canciones, breves, rápidas, con dos o tres acordes y muy descaradas. En los treinta minutos que dura la experiencia se habla de esqueletos sin pilila, novias con cáncer de mama, ahorcados empalmados, revistas porno y otros enemigos de Alá.
Para Julián Hernández, padre, hijo y Espíritu Santo de Siniestro Total, el disco fue «un bombazo», que animó el mercado de la música independiente y que llegó a enfadar «incluso a los propios punks, que nos retiraron el saludo».
«Eso era ser punk, molestar incluso a los míos», añade en una entrevista con Efe, donde revela que el título del disco surgió durante su grabación, en los estudios Colores, de Mejorada del Campo (Madrid), buscando un bar «donde comer algo».
German Coppini, singular cantante en este primer álbum y principal receptor de los escupitajos en las actuaciones de la época, destaca sin cortarse que el disco «fue el inicio de los inicios, la creación del mundo».
«Vivíamos una época de euforia. Había muchas cosas, fanzines, nuevos programas de radio, sellos discográficos. Y había un denominador común: no había reglas. Y si las había, nos las saltábamos a la torera, eso era lo excitante», señala Coppini.
Esta ruptura era muy evidente en las letras. Cuesta creer que, actualmente, canciones como «Ayatolah, no me toques la pirola» pasaran el filtro de la comunidad islámica. U otras como «Aunque esté en el frenopático, te tiraré del ático», superarían el control del buen gusto.
«Ahora te mirarían mal, te llevarías fatal con parte de la sociedad, gente que no entiende la ironía», dice Miguel Costas, una de las patas sonoras y vibrantes de la banda viguesa.
El autor de la brutal «Nocilla, ¡qué merendilla!» y que, tras su trabajo en Los Feliz, vuelve a reivindicar en la escena su propio nombre, se muestra crítico con la autocensura de los artistas y recomienda la libertad de expresión y su uso lúdico.
"«Todavía mi madre me pregunta cuándo voy a trabajar de verdad»"
«Antes del disco, no nos pensábamos dedicar a la música. Tocábamos fatal pero teníamos actitud. Lo hacíamos porque lo pasábamos bien y ya está. Todavía mi madre me pregunta cuándo voy a trabajar de verdad», resalta con retranca.
Su excompañero de armas, Julián, también lo tiene claro: «Lo que pasa es que nos hemos vuelto muy pacatos. Colectivos minoritarios son todos salvo tú y yo; es decir, varón, europeo, de mediana edad, blanco. Sin embargo, al final, resulta que también somos minoría ¡qué carajo!».
En el 30 cumpleaños del «elepé» -como se decía antes, apunta Julián- , se pueden encontrar canciones con rimas cándidas tipo «Juegas al palé, te huelen los pies», y profundas descargas de mal gusto como anunciar la invasión de vaginas carnívoras voladoras o hablar de infidelidad con un lechero «que da leche de verdad».
Siniestro en su segundo trabajo «El Regreso» (1983) mantuvo su ritmo acelerado y sus letras incorrectas -«Más vale ser punki /que maricón de playas»-; Germán abandonó la banda para formar Golpes Bajos -«necesitaba escribir mis propios temas», confiesa-, y quedó inaugurada lo que se llamó la movida viguesa con el actual director de la SGAE, Antón Reixa, entre sus capitanes resentidos.
La línea gamberra de Siniestro Total se moderó cuando aprendieron a tocar los instrumentos musicales. Muchos grupos siguieron su pista y se deslizaron hacia, lo que se llamó, el Rock Tuno (testosterona, alcohol, electricidad y rimas fáciles), sin encontrar el espíritu punk e incorregible de «¿Cuándo se come aquí?».
Su legado, en cambio, sigue presente. Y su tirón. Este mismo año, Munster Records reeditó el álbum en vinilo y sus 700 copias de tirada «volaron» literalmente, según la compañía discográfica.
Treinta años después, este «disco punto de partida» -como lo define Miguel- sigue escandalizando a oyentes y lectores. Por todo ello, no podemos finalizar la crónica sin pedir nuestras más sinceras disculpas. Estamos en otra época, ayatolá.
[Fuente: EFE]
No hay comentarios:
Publicar un comentario