A pesar de que la caligrafía del aerosol suela parecer despreocupada respecto a su propio porvenir, este caso concreto se ha ganado la atención de muchos. No es para menos ya que su propio artífice, Juan Carlos Argüello Garzo, fue pionero en España en la práctica del graffiti, siendo además el carácter de sus tags exclusivo durante muchos años en la capital. Estos marcarían la estela para otros artistas de la perfomance urbanita, sucesores de un estilo y movimiento propios, el denominado «flechero».
No sólo esto. Muelle contribuyó también a devolver el color a las paredes y muros de una Madrid que acababa de abrir los ojos a la democracia, que demostraba encarnado en el espíritu de los jóvenes la ruptura de los preceptos del pasado. Se inauguraba así una nueva etapa. Un antes y un después, abanderado con la eclosión de la libertad de expresión, la pluralidad ideológica y el impulso de un espíritu participativo a través de la cultura (punk-rock, pop, cine, fotografía, televisión). Una revolución de tinte hedonista que se celebraba con alegría en las calles. Muelle se convirtió en el héroe urbano, reivindicando con su trazo helicoidal este momento tan significativo de la historia reciente. Su rúbrica se fue convirtiendo, cada vez más, en un elemento omnipresente en la movida madrileña.
La firma de la calle Montera, situada en el número 30, es la última propia en el centro de Madrid que, reuniendo este contenido, ha perdurado hasta hoy. Es significativa tanto respecto al propio Muelle como al graffiti ya que corresponde a 1988, cuando su eco mediático sobrepasaba con creces las cotas físicas de los muros que le servían como soporte.
Por eso mismo, constituyó también una reivindicación la lucha que la plataforma Observatorio de Arte Urbano inició para conseguir su reconocimiento y protección como Bien de Interés Cultural. Elena Gayo, restauradora, y Fernando Figueroa, historiador, son los principales responsables de este proyecto. Desde el 2006, han impulsado la conservación de lo que constituye todo un símbolo: recogiendo firmas, alertando de los peligros derivados del propio edificio, del roce inclemente de la lluvia y el viento sobre su superficie. Finalmente, en el 2012, consiguieron aproximarse a su objetivo al subirse a un andamio para poder tomar y analizar muestras, de cara a su intervención.
Tuvieron que esperar un poco más, pero gracias al apoyo que habían conseguido durante todo este camino, pudieron anunciar el pasado 23 de noviembre el comienzo definitivo del proceso de conservación-restauración. Los principales tratamientos son la consolidación y limpieza de la pintura. Este trabajo lo llevan a cabo los alumnos de la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Madrid. El esfuerzo y dedicación de estos futuros profesionales conseguirá evitar que se desprendan las capas de pintura de la pared, frenando así el estado decrépito de la superficie que amenazaba con su desaparición inminente.
No obstante, aunque este paso es todo un éxito tras lo que ha constituido un largo proceso con el que lidiar, es importante señalar que no se considera una solución a largo plazo. El deterioro del propio edificio podría obligar en un futuro a su traslado, ya que de otro modo resultará difícil garantizar su continuidad en el tiempo. Cabe esperar que el equilibrio que mantiene encendida la llama de Muelle, más de dos décadas y media después de que se prendiera, continúe presente, evitando entrar de nuevo en peligro de extinción.
[Fuente: lemiaunoir.com]
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