A continuación recuperamos tres artículos de diferentes épocas (1983, 2007 y 2016) y medios (Diego A. Manrique para Rock Espezial, El Mundo e Isabel R. Alcón para la revista Vanity Fair), como Rockuerdo indispensable de aquel celebrado momento.
Andy Warhol. Madrid me mata
Diego A. Manrique; Rock Espezial, 19 de Marzo de 1983
Ciertamente, Andy Warhol no es un performer para locales grandes. Su humor cínico, sus chispas verbales solo tienen sentido en ámbitos privados. Rodeado de docenas de fans y de todos los medios de comunicación imaginables, su conferencia de prensa se convierte en un baboso homenaje al Canciller del Pop Art.
En su mayoría, el público parece conformarse con mirar entusiasmado la leyenda hecha carne, como si España hubiera estado aislada del mundo en los últimos veinte años. Tal papanatismo, tal adoración ciega, tal tumulto parece incluso exagerado en este Madrid que quiere adquirir como sea cara de Internacionalidad. Pero lo peor no son esos benditos que ahora se excitan ante el desgastado genio del American Pop Art, sino los enterados que se sienten tan satisfechos ante su dominio del tema que lanzan las preguntas más obvias para el lucimiento de Warhol, guiños de complicidad entre ellos y el artista: “¿Cómo está tu perro? ¿Sigues utilizando calzoncillos tipo boxeador? ¿Qué haces cuando te levantas?”. Andy, rodeado de ayudantes para todo, responde con las frases rituales, provoca risas y juega a decir lo contrario de lo esperado. Contento, el público agradece los chistes, soporta las mutaciones de la traducción, se agolpa sobre la figurilla pálida.
Warhol y Madrid bailan un minué entre la exposición de “Pistolas, Cuchillos, Cruces”, cuadros rutinarios y solo aptos para el bostezo que no valen las 100 pesetas que cobran por entrar en la Galería. Una bella operación: Andy firma todo lo que se le pone a tiro (especialmente, copias del ‘Interview’, que necesita un empujón promocional) con la consumada maestría del artista moderno que ha comprendido que los tiempos le exigen ser mitad star, mitad creador.
Alrededor, unos se susurran a otros la dirección de la fiesta que le han montado a Andy esta noche (“no te lo pierdas, Dinarama van a tocar y van a estar los marqueses de…”). Warhol consigue convertir al “todo Madrid” en un batallón de art groupies. Como pintor o filósofo tal vez no tenga nada que ofrecer; como terremoto social es algo único. Vuelve, Andy, te queremos TANTO.
El extraterrestre que nos visitó
El Mundo, 10 de Junio de 2007
Andy Warhol vino a conocer la Movida madrileña y a vender sus cuadros en enero de 1983. Le organizaron fiestas en casa de grandes empresarios, a las que asistieron la aristocracia y la farándula en disparatada sintonía. El artista pop se paseó entre ellos como un autista, según recuerdan algunas de las personas que estuvieron con él durante su visita. El Mundo celebra al personaje con una colección de sus láminas.
La visita de Andy Warhol a España es como una de esas historias románticas con final triste, en la que una de las partes considera a la otra el amor de su vida y, en cambio, el objeto de esa gran pasión no recuerda ni el nombre de lo que para él fue una aventura pasajera. La visita de Warhol a Madrid en enero de 1983 fue un acontecimiento histórico para un sector de la sociedad madrileña. En cualquier otro momento hubiera sido, obviamente, algo muy relevante, pero el hecho de que viniera en el 83 y precisamente a la capital, hizo de su viaje algo muy especial (moriría cuatro años después durante una operación de vesícula).
Una especie de certificación oficial de que la Movida era algo importante y que España –ese país que intentaba coger como fuera el tren de los tiempos modernos– estaba en el cogollo de la vanguardia. Aquella visita, en la que vino invitado por Fernando Vijande, que inauguraba en su galería la muestra Cuchillos, cruces y pistolas, aglutina con diversos detalles buena parte de la filosofía de muchos artistas que comenzaban su carrera en aquella época y el pulso de una sociedad que empezaba a transformarse.
Bendijo, dio carta de identidad a actitudes que tanto tenían que ver con los postulados de su Factory neoyorquina, como esa mezcla entre la cultura y lo cotidiano, la fascinación desprejuiciada por personajes de la alta sociedad y de las revistas del corazón, como mitos del imaginario pop (que aquí tan bien cultivaban Costus, McNamara, Almodóvar o Alaska y los Pegamoides) y la facilidad para relacionarse y aglutinar a aristócratas con personajes desclasados (algunos también de familia bien) de la cultura underground…
En cualquier caso resulta significativo que esos días de Warhol en España, que han llenado capítulos de libros o que ahora mismo sirven para hacer un artículo, no fueron, al parecer, en absoluto relevantes para él. En sus diarios (Diarios, Andy Warhol, Ed. Anagrama), donde anotaba absolutamente todo, desde lo que le había costado el taxi para ir al dentista hasta lo que había comido para desayunar, no escribe nada de su viaje a España. Pasa del día 14 de enero al 25 de enero de 1983, sin mencionar el viaje a Madrid. En cambio, sí habla de su visita a París o a Mónaco. Y Víctor Bockris, amigo y biógrafo oficial de Warhol, dedica un párrafo de 20 líneas a ese periplo, en una biografía del artista de 530 páginas.
Un vago recuerdo. La persona que más luz podría aportar sobre ese viaje es Chris Makos (fotógrafo y amigo del pintor) que le acompañó entonces, junto a Fred Hughes (su secretario). Pero, como la mayoría de los que hemos consultado sobre aquellos días, reconoce que tiene un recuerdo vago de todo aquello y que no puede aportar demasiados detalles. De hecho, desentrañar qué ocurrió exactamente durante esa semana es complicado, porque testigos del mismo acontecimiento dan versiones distintas de lo que ocurrió, pero ya se sabe que si uno se acuerda bien de lo que ocurrió durante la Movida es que no la vivió…
Volviendo a Chris Makos, en declaraciones a Magazine desde su estudio de Nueva York, rememora que lo que más le gustó a Andy de España fue la gente («los españoles le parecieron muy sexys») y la repostería: «Las pastas de la pastelería Mallorca le volvieron loco. Bueno, y las tapas, pero compró un montón de pastas para llevarse a Nueva York». Pero además de comprar dulces de Mallorca, Warhol hizo algunas (tampoco muchas) cosas más. Las fiestas en casa de los March y de los Hachuel fueron los dos momentos sociales más relevantes.
Fueron acontecimientos esenciales dentro de lo que después se llamaría la Movida, porque estaban todos los que han tenido algo que decir dentro de aquel movimiento. Pero además supuso un precedente de algo que se convertiría en una constante durante esa década y la siguiente, que no se había dado antes en nuestro país: la unión entre la modernidad underground y la alta sociedad de toda la vida.
En la fiesta de la casa de la calle Miguel Ángel de los March, o en la de los Hachuel, se mezclaron personajes como Cuqui Fierro, Pitita Ridruejo o Isabel Preysler con Almodóvar, McNamara, Alaska y los Pegamoides, Sigfrido Martín Begué, Bernardo Bonezzi, Gorka de Dúo, Pablo Pérez Míguez o Luis Antonio de Villena.
Este último explica aquella reunión en un capítulo de su libro Madrid ha muerto. Él fue uno de los pocos elegidos que estuvo en la cena previa a la fiesta de Juan March, donde se reunieron unas 15 personas, que serían unas 100 en el «fiestón». Warhol, explica Villena, «se sentó al lado de Isabel Preysler».
Creo que Isabel le había encargado un retrato o estaba interesada. Ella, al principio, como era lógico, intentó entablar conversación con él, pero después de varios minutos de recibir el silencio o monosílabos por respuesta, desistió, lógicamente. Él, prácticamente, no abrió la boca».
Después de la cena, todos bajaron a la gran fiesta. Aunque era en su honor, los presentes cuentan que Warhol continuó con su mutismo, interpretando el personaje a la perfección y, como cualquier gran estrella que se precie, estuvo unos minutos, acompañado por una especie de séquito de chicos guapísimos –según cuenta Luis Antonio de Villena–, y se fue. Pero durante esos minutos tuvo tiempo para hablar con algunos de los artistas que estaban por allí.
En el prólogo de su libro Patty Diphusa (Ed. Anagrama), Almodóvar explica magníficamente su encuentro con Warhol y también lo que él significaba para aquellos artistas. «A propósito de la exhibición de la última obra de Warhol [Cuchilllos, cruces y pistolas] provocó [el galerista Fernando Vijande] un encuentro entre ambos submundos, tan distantes y tan paralelos. Cada día éramos presentados una y otra vez al dios Warhol en distintas fiestas organizadas en su honor, pero nunca nos reconocía (hablo en plural porque siempre éramos un montón de gente).
Andy desarrolló en Madrid su vertiente más autista, se limitaba a estar en los sitios y si acaso te hacía una foto con gesto de autómata. Daba la impresión de que la cámara no estuviera cargada. Lo que más le interesaban eran las marquesas y gente así, a ver si alguna le encargaba algún retrato, pero creo que ninguna picó».
El realizador manchego continúa: «Siempre me presentaban como el Warhol español. A la quinta vez (en casa de los March) me preguntó por qué yo era el Warhol español. ‘Porque no se les ocurre otro modo de presentarme’, le dije. ‘A simple vista no nos parecemos’, me dijo. (…) ‘Debe ser porque en mis películas yo también saco travestís y drogadictos’, le contesté avergonzado, consciente de que la conversación y mi papel en ella eran bastante ridículos».
Flamenco y Pegamoides. Si la fiesta de los March fue sonada, lo cierto es que la que se hizo en casa de Hachuel, para despedirle, no tuvo nada que envidiar. Allí actuaron un cuadro flamenco, Alaska y los Pegamoides y Almodóvar y McNamara. El cantante, escritor y ahora pintor Fabio McNamara reconoce que muy muy bien no recuerda lo que pasó allí, pero que habló con él. «Nosotros íbamos a divertirnos, no a fijarnos a ver qué pasaba para poder contarlo años después. Supongo que estaríamos en algún rincón riéndonos, no sé, la verdad. Yo en aquella época me pasaba un poco y no recuerdo muy bien nada. Además, hace tantos años… Lo que sí recuerdo, porque me dejó muy impactado, fue que se me acercó y me dijo: ‘You are a star’. Yo, como no sé inglés ni nada, pues le debí decir ‘I like your cuadros’, o algo así, pero no pude hablar más por eso, porque no sé inglés».
La mayoría de los testigos de la época coinciden en afirmar que a Warhol le interesaba mucho más relacionarse con gente de la alta sociedad (que podía comprarle o encargarle cuadros) que con los artistas que podían quizá tener algo más que ver con él. Cuando se le pregunta a Christopher Makos sobre el asunto, explica con una sensatez aplastante que Andy Warhol era un artista que vivía de su trabajo. «Tenía que pagar sus facturas y, claro, intentaba conseguir encargos para retratos. Vivía de su trabajo. Pero también le encantaba empaparse del ambiente de las fiestas. Él no había estado nunca en España y lo vivía como una nueva experiencia y por supuesto que le encantaba estar rodeado de los artistas que iban a esas fiestas».
Una de esas artistas fue Ágatha Ruiz de la Prada, que allí conoció a Makos, con el que ha mantenido el contacto a lo largo de estos años. «Cuando vino Warhol», explica Ágatha, que llevaba uno de sus ya míticos trajes de aro para la inauguración/fiesta de Warhol, «yo acababa de exponer en Vijande. Si no recuerdo mal, mi muestra fue la inmediatamente anterior a esa. El recuerdo que tengo de él es que parecía de cera. Era como un muñeco. Con su peluca y el maquillaje que llevaba tenía un aspecto muy particular y también me parecía fantástico que se pasara todo el tiempo haciendo fotos a la gente, muy en la línea de su filosofía: la celebrity inmortalizando a los demás».
Ausencia de divismo. Efectivamente, Warhol mantenía su personaje las 24 horas del día. Y, como los grandes genios, tenía muy claro que el talento sin profesionalidad ni trabajo, sirve para poco. Blanca Sánchez, la mano derecha de Fernando Vijande y, entre otras cosas, comisaria de los recientes actos de conmemoración de la Movida madrileña destaca, sobre ningún otro aspecto, que lo que más le impactó de él fue la profesionalidad, capacidad de trabajo y falta absoluta de divismo. Que, pese a esa imagen de frivolidad que tenemos de él, era uno de los artistas más formales con los que se ha encontrado.
«Él sabía», explica, «que este era un viaje de negocios y que las cenas, las firmas de catálogos o las entrevistas formaban parte de su trabajo. Para hacerse una idea, por ejemplo, a nosotros habitualmente nos costaba lo suyo que los artistas de la galería firmaran los 50 catálogos que solíamos tener para los clientes. Llegó, preguntó cuántos tenía que firmar, le dijimos que 1.000 y ni se inmutó.
Pidió que alguien se los fuera abriendo, para no perder tiempo, y se hizo los 1.000 de una sentada. Después, no ponía ninguna pega si tenía una cena, una comida, una entrevista o una reunión. Cuando abrimos la galería para todo el mundo que quisiera se acercara a que le firmara cualquier objeto, estuvo horas y horas aguantando a la gente que literalmente se le tiraba encima y firmando todo lo que le ponían, desde un trozo de pan a un billete de metro.
Y en las cenas o comidas, que Fernando le había preparado, lo mismo: preguntaba quién era la persona que le invitaba, cuánto tiempo tendría que estar y allí iba, sin ningún problema. Recuerdo que en una de esas fiestas Fernando [Vijande] le dijo que no era muy apropiado ir en vaqueros. Se fue al Villamagna, se puso unos pantalones de vestir encima de los jeans y así se fue a la comida».
Efectivamente, si bien artistas como Gorka de Dúo o Alberto Schommer (que le fotografiaron), Maruja Mallo (con la que habló dos minutos en la inauguración de Vijande) o todos los ya citados, estuvieron cerca del pintor, él venía a hacer negocios y donde más tiempo pasó fue en casas de las grandes familias madrileñas. De la alta sociedad más moderna y aficionada al arte. Los March y los Hachuel por supuesto que fueron anfitriones en las dos grandes fiestas, pero también los Arango o Ignacio Coca y su mujer Silvia Moroder, por ejemplo, que le invitaron a comer en su casa y de aquella relación surgió la idea de hacerle un retrato a ella.
Pitita Ridruejo también estuvo en la fiesta de los March y fue una de las personas que más contacto tuvo con él. «Mi marido y yo teníamos bastante relación con Warhol porque le habíamos conocido en Nueva York», cuenta Pitita Ridruejo a Magazine. «Aquí estuvimos con él en la fiesta de Juan March y después yo quedé para entrevistarle para Tiempo, porque Julián Lago me pidió que, ya que le conocía, le hiciera una entrevista. Mi hija me acompañó y fuimos al Villamagna, donde se alojaba. Cuando llegamos tenía todos los muebles de la habitación tirados por el suelo. Pero nosotras entramos como si fuera lo más normal del mundo. Nos sentamos en el suelo y le hicimos la entrevista.
Sus respuestas eran geniales, muy ingeniosas, pero la verdad es que no tenían mucho que ver con lo que se le preguntaba, pero daba igual. Al terminar me preguntó si había hecho muchas entrevistas en una habitación como esa, con todo tirado, y yo le dije que no. Él me replicó entonces que por qué no le había dicho nada y le dije que a mí lo que me importaba era la entrevista y que me daba igual cómo estuviera el mobiliario.
Después seguimos viéndonos y siempre que íbamos a Nueva York le visitábamos en la Factory. Me propuso que hiciera entrevistas para su revista Interview desde Madrid, pero a mí me pilló en un momento en el que íbamos a vivir fuera de España y no pude hacerlo. De lo que me arrepiento es de que no me hiciera un retrato. Fui dejándolo pasar, no se me ocurrió y no pudo ser».
Con Ana Obregón. Otra de las personas que estuvo en la fiesta de los March y que después siguió en contacto con Warhol fue Ana Obregón. «En la fiesta estuve un momento con él, aunque había mucha gente y no hablé demasiado. Pero se quedó encantado conmigo y después coincidió que fue cuando me fui a vivir a Nueva York y Javier Vallhonrat me hizo una sesión de fotos que se publicó en Interview. De vez en cuando nos vimos en la Factory», declara.
Pero además de fiestas, cenas, comidas y firmas en la Vijande, Warhol tuvo tiempo para dar alguna vuelta por Madrid. Una tarde la dedicó a pasear, guiado por el secretario de Juan March, Vicente Carretón, por las tiendas religiosas del centro de Madrid.
La iconografía católica le llamaba muchísimo la atención y quería ver las estampas de santos, las casullas y todos aquellos objetos, que le encantaron. También estuvo probándose capas en la emblemática tienda Seseña. Ese tipismo español: la mezcla entre la religión y el apasionamiento era un elemento que atraía especialmente a Warhol de España.
Esa idea estaba presente en la muestra de Vijande, donde las cruces, las pistolas y los cuchillos tenían mucho que ver con ese carácter pasional y lorquiano que a él le parecía la esencia de España. Por eso quiso visitar Toledo y también le llevaron a Chinchón (localidad a las afueras de Madrid), donde, como un turista más, firmó en uno de los barriles de La Taberna del Vino.
Pero una de las visitas que el artista multidisciplinar no quería perderse era la del Museo del Prado. Representaba uno de los sitios que más interés tenía en conocer y al que más insistió en que le llevaran. «Al día siguiente de la fiesta con los March», explica Luis Antonio de Villena, «le acompañamos al Museo del Prado. Al llegar preguntó por la tienda del museo, donde vendían tarjetas y guías.
Fuimos allí y estuvo un buen rato mirando las tarjetas con las reproducciones de los cuadros que había dentro. Compró algunas, entre ellas una de un bodegón de Zurbarán, creo recordar, y cuando al fin le dijimos: «Bueno, ¿entramos ya?», nos contestó: «No, no, ya lo he visto. Es maravilloso, es un museo magnífico, me ha encantado».
Yo Warhol, tú España: 9 días que revolucionaron la alta sociedad
Isabel R. Alcón; Vanity Fair, 26 de Febrero de 2016
Quienes hayan visto la película de Luis García Berlanga Bienvenido Mr. Marshall recordarán cómo los habitantes de Villar del Rio se preparaban para recibir al famoso George Marshall vestidos de andaluces y cómo éste (junto a su famoso plan de recuperación) pasaba de largo dejando a la población triste y cabizbaja. Treinta años después de que se estrenase esa película, sucedió algo parecido en Madrid aunque en un entorno más colorido, plagado de hombreras y peinados arquitectónicos y con un final menos triste. Nos referimos a la visita a Madrid de Andy Warhol.
Madrid, enero de 1983. En un país que comienza a descubrir la modernidad (mientras se recupera, con resaca, de Naranjito y el Mundial de Futbol), Fernando Vijande, un galerista que revolucionaría el panorama artístico español, decide organizar una exposición de obras de Andy Warhol "Pistolas, cuchillos y cruces”. Warhol, el artista Pop más famoso de todos los tiempos, viajará hasta Madrid para inaugurar la exposición y pasar nueve días en la capital. Tiempo en el que se sucederán cenas, fiestas, sesiones de fotos, situaciones absurdas y recepciones que reunirán a lo más granado de la modernidad con aristócratas, artistas y celebrities. Una mezcla explosiva que aún hoy se recuerda.
Alaska, Carlos Berlanga, Bernardo Bonezzi, Pérez Mínguez, Almodóvar y McNamara, Ana Obregón, Ágatha Ruiz de la Prada, Alberto Schommer, Pitita Ridruejo, Isabel Preysler (entonces Marquesa de Griñón), Carlos Martorell, el actor Luis Escobar y empresarios como Hervé Hachuel o los March, entre otros, protagonizarán una serie de encuentros con Warhol que supusieron la “consagracion definitiva de la modernidad madrileña” tal como afirmaría tiempo después Rafa Cervera en su libro Alaska y otras historias de la movida (Plaza & Janés).
El impacto de esa visita ha pervivido hasta hoy. Estrellas de Warhol, es un documental, aún en producción, que intenta dar las claves de lo que fueron aquellos días. Su director, Rubén Salazar, ha entrevistado a muchos de los que en aquel momento estuvieron con Warhol y explica que “la mayoría recuerda muy bien las fiestas que se organizaron, en las que hubo una mezcla curiosa de artistas de la, ahora, denominada Movida Madrileña y aristócratas. Además coinciden en señalar que la alta burguesía buscaba la afinidad y el divertimento que esas nuevas generaciones podían aportar a sus (quizás) aburridas vidas.”
Continúa explicando Rubén que “casi todos destacan que Andy no tenía ni idea de qué era España, y que tampoco la gente tenía a Warhol como adalid del arte moderno”. Por otro lado, el director observa que “se trató de una visita que partía del encumbramiento; la figura de Warhol estaba por encima de su arte”. Y así debió de ser porque, pese a las 100 pesetas que costaba la entrada, la exposición fue un auténtico éxito y el 17 de enero la Galería Vijande se llenó de fans y curiosos que directamente se abalanzaban sobre Warhol para que les firmara un autógrafo como relató entonces el diario ABC. Tanto es así que "los vecinos del portal colindante con la galería aún recuerdan la muchedumbre y las pintas de los allí convocados", como recuerda Salazar.
Pero Andy Warhol no quería perder el tiempo. Estaba en Madrid y había venido a la capital “por trabajo”, a hacer negocios. Y para ello necesariamente tenía que relacionarse con gente de alto poder adquisitivo más que con artistas. En el prólogo de su libro Patty Diphusa (Ed. Anagrama) Pedro Almodóvar llegó a decir: “Lo que más le interesaban eran las marquesas y gente así a ver si le encargaban algún retrato, pero creo que ninguna picó”.
Por su parte, Carlos Martorell, relaciones públicas y la persona que promocionó a Warhol en España desde finales de los setenta, nos recuerda que al artista en aquellos años lo conocía muy poca gente: “Ofrecí a grandes fortunas la posibilidad de que Andy les retratase, pero todos se negaron. Ahora se tiran de los pelos.”
Una persona que sí retrató a Warhol (y no al revés) fue el desaparecido Alberto Schommer. Rubén Salazar confirma que “consiguió citarle para fotografiarle, en una sesión que se planteaba secreta pero que, el también fotógrafo, Pablo Pérez Mínguez consiguió inmortalizar colando su objetivo por un agujero del estudio.” “Durante la sesión” continúa, “Andy se mostró vanidoso, con interés en dirigirla; Schommer se enfrentó, en el terreno artístico, y, cuando Warhol quiso darse cuenta, tenía ya una tela por encima de su hombro y una brocha en una mano para que simulara pintar una inacabada bandera norteamericana. Warhol recibió una copia del trabajo de Schommer, fue cortés y se mostró admirado por el trabajo, pero nunca más volvieron a contactar.”
Rubén Salazar también recuerda otro encuentro curioso: el de Warhol con Pitita Ridruejo y comenta que ella, “tuvo la oportunidad de entrevistar a Warhol en el Hotel Villa Magna. Se citaron para merendar y, al llegar a la habitación se encontraron la puerta abierta y los muebles por el suelo. Pitita, acompañada de su hija, esperó allí mismo; al rato se asomó Andy y le espetó que todo lo había hecho para observar la reacción. Acabaron haciendo la entrevista sentados en el suelo de la habitación.”
De entre todos los anfitriones que aquellos días se esforzaron por hacer de la visita algo único, los March y los Hachuel fueron los organizadores de las fiestas más recordadas. Carlos Martorell afirma que “en el cocktail que ofreció Manolo March se dio una mezcla de gente de la sociedad madrileña: aristócratas, empresarios, jetset, artistas y modelos. La desaparecida revista Garbo publicó un reportaje donde dieron más importancia a Isabel Preysler que a Warhol, porque los lectores no tenían ni idea de quién era Andy. Para colmo, yo aparezco en una foto hablando con Isabel (Preysler) entonces Marquesa de Griñón y con María Eugenia Fernández de Castro, entonces Condesa de Siruela, y Garbo, en el pie de foto, puso que era Mila Ximénez, la futura esposa de Santana. Este era el nivel...”.
María Eugenia Fernández de Castro también recuerda la anecdota con buen humor, así como aquella noche en casa de los March: “Warhol estuvo durante la cena sentado junto a mí, del otro lado estaba Pitita. Era un personaje fascinante, todo lleno de relojes... Me chocó mucho que nadie se le acercara ni hablaran con él.” Quien sí intercambió algunas frases con el artista fue Pedro Almodovar. María Eugenia reproduce la frase que el manchego le dirigió: “Many people say that I copy you” ("Mucha gente dice que te copio"), algo que dejó sorprendido a Warhol. “Era una época en la que todo era fascinante”.
Para Ágatha Ruiz de la Prada, durante aquellos días, “Madrid fue una fiesta”. La diseñadora conoció a Warhol en la Galería Vijande y cuenta que “se convirtio en su gruppie toda la semana”. De Andy recuerda su piel y su pelo: “Era como de cera, totalmente irreal” y confiesa que le impresionó “que llevaba jeans debajo del smoking y que no paró de sacar fotos”. El evento de despedida corrió a cargo del empresario y financiero Hervé Hachuel, dueño de la productora Tesauro, quien montó una fiesta en su casa de Puerta de Hierro que contó con un cuadro flamenco que fue seguido de las actuaciones de, entre otros, Dinarama+ Alaska y unos improvisados Almodóvar y McNamara.
Aunque parezca imposible, Andy Warhol también tuvo tiempo libre esos días. Y lo aprovechó para pasear por Madrid y sus alredores, recorrer tiendas de imaginería religiosa, probarse capas en Seseña y visitar el Museo del Prado, como relató Luis Antonio de Villena en su libro Madrid ha muerto (Ed. Planeta), donde tuvo suficiente con comprase unas postales y no quiso entrar pese a haberse mostrado en todo momento ilusionado por ir a verlo.
Parafraseando el final de la película de Berlanga con la que comenzábamos esta historia, “bien pudiese ser que este cuento tuviese otro final” pero los días pasaron y todo acabó: Andy Warhol abandonó Madrid y falleció cuatro años más tarde. La sociedad madrileña siempre recordaría esa visita que, paradójicamente, no pasó de ser algo absolutamente anecdótico para Warhol: no hizo ni una sola mención a esos días en sus Diarios y jamás volvió a pisar España.
[Redacción Nuevaola80. Pedro J. Pérez]
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