En sus últimas apariciones antes de morir el pasado mayo, Antonio Vega (Madrid, 1957-2009) lucía en su cuello un colmillo que pendía de un cordón. No era un accesorio más. Era un amuleto regalo de los niños indígenas de Río San Juan, al sur de Nicaragua. El molar pertenecía a un jaguar que había tenido atemorizada a toda la comunidad. Con el talismán, los pequeños querían agradecer al cantante la pequeña escuela construida en medio de la selva gracias a su ayuda. A Antonio Vega, media vida desahuciado por sus dependencias, se le asoció siempre con la melancolía y los mundos más sórdidos, pero mantenía en el anonimato este perfil solidario que ahora sale a la luz.
Murió su amor, Marga, y en la grabación del álbum centró sus fuerzas. Un sueño compartido es un disco que sólo se vende en Fnac desde 2008 y por Internet. En él, Antonio Vega canta y toca la guitarra con el grupo Un mar al sur. Gracias a este trabajo se pudo levantar una escuela de madera y pintada de azul como la bandera de Nicaragua. En ella Vega se gastó los 9.000 euros recaudados con la venta de 1.400 copias del disco. El autor de La chica de ayer nunca viajó a Nicaragua, ni quiso conocer detalles del plan económico de la ONG valenciana Escoles de Nicaragua con la que colaboró. En febrero de 2004 murió Marga, el amor de su vida, y en la grabación de Un sueño compartido centró las pocas fuerzas que tenía. Pero la historia se remonta unos años en el tiempo.
En 2001, Rafael Martí, hoy catedrático de estadística en la Universidad de Valencia (UV) y su mujer, Mila Rico, comenzaron una campaña para trasladar al país centroamericano material escolar recogido en institutos y facultades de Valencia. Su proyecto creció al recibir fondos de su universidad y, entusiasmados, se animaron a construir una escuelita. Y más tarde levantaron otra, bautizada como Margarita del Río, en recuerdo a Marga, la compañera del ex miembro de Nacha Pop, que acababa de fallecer.
La pareja y Vega habían trabado una amistad. Al músico le interesaban mucho las matemáticas y encontró en Martí el interlocutor ideal. A ratos leía un sesudo libro escrito por el estadístico y le freía a cuestiones. Quería saber. "Me sorprendía con sus preguntas, muy razonadas", cuenta ahora emocionado Martí.
Por esa época el docente y su mujer habían recuperado en la selva nicaragüense el gusto por cantar y la guitarra. Componían y se atrevieron a enseñarle los temas a Vega. Comenzó entonces un proceso de pulido. "Mila y yo aparecemos como autores de las letras porque fueron muy generosos, pero participamos todos", prosigue Martí. Ese "todos" incluye a dos históricos miembros de la banda de Vega: el bajista Luismi Bandrón y el guitarrista Alberto Zapata. En un estudio de Mallorca se le sacó brillo y se plantearon venderlo para construir su tercera escuelita. El disco se vendió en exclusiva a Fnac. Hoy Un sueño compartido cuesta diez euros. Siete van para el proyecto.
De peones actuaron en la escuela Antonio Vega los progenitores de los alumnos, muchos desnutridos y objeto de abusos físicos y sexuales. A cambio, Escoles daba de comer a las familias. "Al principio los padres no lo veían claro, porque no entendían la importancia de estudiar. Pero al final, tras hacer la escuela con sus manos, la ven como propia", se enorgullece Martí. De su cuello pende otro colmillo de jaguar, como el que hasta el día de su muerte lució Antonio Vega.
[Elisa Silió, elpais.es]
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