Aunque se trate de un libro publicado por Ediciones Anagrama en 2005, resulta de gran interés recuperar la polémica surgida a raíz del libro 'Eduardo Haro Ibars. Los pasos del caído' que, escrito por José Benito Fernández, recogía la biografía de uno de los personajes mas controvertidos de finales de los 70s y principios de los 80s, el periodista, escritor y, en ocasiones, músico, Eduardo Haro Ibars, hijo del no menos prestigioso periodista, el también fallecido Eduardo Haro Tecglen.
Tras una crítica por parte de Jordi Gracia en el suplemento "Babelia" (18.06.2005, El País), la madre de Eduardo, Pilar Yvars, responde con una carta al director del diario de la siguiente forma, tan sólo cinco días después:
"La trayectoria política, literaria, periodística y moral de Eduardo Haro Tecglen se defiende por sí misma en todo lo que escribe. No hace falta usarla como arma arrojadiza contra su hijo para unirse al coro de quienes le denigran en el libro Eduardo Haro Ibars: Los pasos del caído, escrito por José Benito Fernández. Muchos de los que ahí mienten lo hacen, supongo, para dejar incontaminada su propia imagen de cuanto con Eduardo compartieron durante años de amistad falsa o verdadera; diferencia que uno de los sujetos no puede aclarar: los muertos son tan callados. Los vivos hablan y hablan de borracheras, de picos y desmanes (que los hubo), como si, del nacimiento a la muerte, sólo en eso consistiera la existencia del maldecido. De su obra literaria pocos dicen nada. Y algunos lo hacen para descalificarla, minimizarla; dejarla reducida a incoherente mezcla de desatinos, como hace Jordi Gracia en su crítica del libro, publicada en las páginas literarias de Babelia, suplemento cultural de EL PAÍS. El silencio de Haro Tecglen es absolutamente respetable; mi palabra sólo pretende recomponer la maltrecha imagen del hijo."
Esta era, por su parte, la feroz crítica de Gracia:
"Historia de un maldito
La trayectoria del periodista y escritor Eduardo Haro Ibars surge en esta biografía como símbolo de la generación de la transición, atrapada por la fascinación de las drogas, por una sexualidad provocadora y por experiencias llevadas hasta el límite de la muerte.
De manera enfermiza, terca, obsesiva, la biografía de Eduardo Haro Ibars (1948-1988) está cruzada de unas poquísimas cosas: un síndrome de Peter Pan profundamente destructivo (como todos los síndromes de Peter Pan), una inmadurez anclada en la patológica necesidad de llamar la atención en busca de reconocimiento, apoyo, afecto (y en primer lugar, los de su padre, Haro Tecglen) y la calamitosa complicidad con los chismes y toxinas de la época de la transición en forma de toda sustancia psicotrópica, presunto animal cargado de vida sobreexcitada, transgresora, desafiante, absurdamente heroica. Todo junto hace un amasijo de tragedias diminutas y continuas y, vistas desde hoy, tan previsibles como difícilmente alterables: la fascinación por el rock y los mitos precoces del caballo o de Jim Morrison, la urgencia irracional del irracionalismo estético y literario, la acuñación de la identidad en la transgresión (con una sexualidad agresiva, promiscua, provocadora).
Benito Fernández no tiene piedad para relatar esta historia que sería menor si no acabase con un puñado de muchachos muertos por una propia mano diferida o aplazada, la del sida, la sobredosis y el alcoholismo. Encadena sin cesar un hecho detrás de otro y casi todos, incluidos los más visiblemente nimios, que son muchos, tienen que ver con lo mismo: sexualidad atropellada, frenética, música, versos, y drogas de todo tipo y hasta el final. Pero las virtudes positivistas del libro a veces son también los defectos de una ausencia de selección de lo relevante e incluso la inhibición del autor hasta el extremo de propender, creo que involuntariamente, a la mitificación de un poeta con los daños de la época, con todos los dolores posibles concentrados y diseminados en torno suyo. El eje central es el que seguramente pone un lúcido periférico de esta vida atropellada como es Fernando Savater, al avisar, muy al principio de este libro, que "en la vida real, los malditos son inaguantables", lo cual subraya la distancia que va de la gracia de ver a un maldito que no mancha, ni vomita, ni escupe, ni ladra ni se te echa encima (porque todo eso lo hace en el papel o en la película) a verlo y tratarlo de verdad: entonces se ha esfumado la distancia entre vida y literatura, porque primero se le ha esfumado a él de la cabeza. La sensación más honda de este libro, aunque casi no la ponga el autor, sino la peripecia misma de estos muchachos destruidos, es que hay etapas de la historia que propician mucho más que otras las confusiones entre el espacio de la vida imaginada y la vida real de cada día en la que los excesos, los disparates, la estupidez misma tienen un coste altísimo, porque no están recreados en hermosos versos visionarios sino que los versos irracionales e ilógicos son reflejos documentales del caos real, como un espejo deformado de la destrucción galopante en que algunos se instalaron entonces y de la que ya no supieron salir. No simpatizo nada con los mitos de la autodestrucción ni tampoco con su retórica presuntamente fascinadora: me sublevan como filfa tan sarcásticamente negra como los muertos y las muertas que se acumulan en las últimas páginas de este libro.
El esfuerzo de método e investigación (y alguna conversación se remonta a 1995, porque estas páginas vienen a ser apéndice de un libro de mayor fuste y envergadura del mismo autor, El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero) se ha enfocado tan concentradamente en el perfil escueto de un brillante letrista de la Orquesta Mondragón, cabeza caliente del orgullo gay y periodista precoz de drogas y nuevas músicas que en el fondo a mí me queda de veras el mal sabor de imaginar lo que podrían dar de sí esas herramientas de trabajo puestas a trabajar sobre un objetivo más ambicioso sin salir del cuadro: la complejidad acorazada y racionalizada que encarna Eduardo Haro Tecglen, el colaborador de este mismo periódico que aparece sin aparecer en este libro y fue el padre prácticamente ausente de Haro Ibars. De acuerdo en que es una fantasía que no atañe al valor del libro, pero cuando se va hundiendo el ánimo en cada nueva borrachera, cada nuevo pico, cada nueva extravagancia dolorosa, la reacción es la misma en mi caso: conjeturar el libro que explicase la segunda mitad del siglo XX desde la perspectiva ideológica, política, literaria, periodística y, sobre todo, moral, de Haro Tecglen y su silencio."
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