23 feb 2012

"... sin su sentido de la sonoridad eléctrica, Radio Futura nunca habría cuajado..." de Santiago para Enrique

Querid@s:

Todavía estoy hecho polvo y sin muchas ganas de hablar, pero quiero daros las gracias por tantas muestras de afecto sincero. No he tenido valor para hacer declaraciones o para escribir en otra parte. Siento que este es el lugar adecuado para compartir dos o tres cosas que me parecen importantes.

Enrique Sierra fue el espíritu central, el magma de Radio Futura, a lo largo de todas sus formaciones. Los demás tirábamos para un lado o para otro, discutíamos a menudo, perdíamos la cabeza, mientras él permanecía tranquilo, elegante, educado, soltando en su momento la frase justa que nos ayudaba a ver más claro.

Sin su sentido de la sonoridad eléctrica, Radio Futura nunca habría cuajado. Su relación con la guitarra era muy particular. Nunca le preocupó hacer escalas, ensayaba lo que había que tocar y punto. Su forma de pegarse el instrumento al cuerpo, de poner las manos sobre la madera, los dedos sobre las cuerdas, hacía que la electricidad le saliese como de dentro. Llenaba el espacio con un sonido depurado y listo para ser compartido de inmediato.

Eso fue lo primero que me fascinó del local de ensayo, lo que me hizo desear ser parte de un grupo, más que cantar o salir en las fotos. Formar parte del sonido eléctrico. Sin dar lecciones, provocando nuestro mimetismo instintivo, de la forma más natural del mundo, Enrique nos enseñó cómo sacar sonido de los instrumentos, nos proporcionó un espacio para imaginar cosas, la posibilidad de decir algo auténtico.

Sin cuentos y al desnudo, fue para nosotros el catalizador del sonido eléctrico de Madrid. Tocar a su lado te contagiaba, te permitía sumarte a la corriente de la ciudad. Ejercía de madrileño con una especie de señorío llano, sin necesidad de aparentar casticismo. Su humor fino e inteligente nos hizo desear ser también hijos del Foro.

Le gustaba convertir en fantasía la cruda realidad. Le daba por vestirse de verde de los pies a la cabeza como para quitarle dramatismo a la fatalidad de ser hombre. No pretendía darse importancia por ello, era consciente de que, en el mejor y aun en el peor­ de los casos, la vida es un juego que hay que jugar.

Estuvo acostumbrado a morir desde muy pronto. La primera crisis de su enfermedad, en el local de ensayo, fue en el año ochenta y uno. Hubo otras en el escenario, en el estudio. Nosotros nos acostumbramos a que sobreviviese como un león, soportando penalidades con una voluntad de hierro, casi sin perder el humor, salvo frente a la brutalidad ocasional de algún médico o asistente sanitario. Lo dejábamos en el hospital y aparecía por su cuenta en el siguiente concierto.

No nos hemos visto mucho durante los últimos años, pero sabía que estaba ahí. Confiaba a ciegas en su amistad. La sensación que me ha producido su muerte, muchas veces temida, es como si hubiera metido los dedos en un enchufe, sin guitarra ni ampli de por medio. Todavía no he conseguido sacarlos.


Santiago Auserón
(Desde Facebook)

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