11 jun 2007

EL DIARIO EL MUNDO HOMENAJEA A ANDY WARHOL POR EL 24º ANIVERSARIO DE SU ÚNICA VISITA A ESPAÑA

Fue en enero de 1983, cuando la figura mas notable de la conocida Factoría Warhol, Andy Warhol, visitaba nuestro país para que todo el mundo supiera que lo de la movida madrileña no era un hecho aislado, sino todo lo contrario, un acontecimiento que cambió el devenir socio-cultural del grisoso panorama que nos tocaba vivir. El Mundo regala el próximo domingo 17 de junio “Lata de sopa Campbell’s” y “Marilyn Monroe”, las dos primeras entregas de una colección única compuesta por 40 láminas del arte pop de Andy Warhol. Con la segunda entrega, en los quioscos el lunes 18 de junio, consiga el retrato de John Lennon por un euro y gratis la carpeta contenedora. Y de lunes a sábado y hasta el próximo 31 de julio, por sólo un euro más cada día, el resto de la serie. Reproducimos íntegro el artículo publicado por El Mundo.

Artículo:

RECUERDOS | 24 AÑOS DESPUÉS “VUELVE” A MADRID
El extraterrestre que nos visitó

Andy Warhol vino a conocer la Movida madrileña y a vender sus cuadros en enero de 1983. Le organizaron fiestas en casa de grandes empresarios, a las que asistieron la aristocracia y la farándula en disparatada sintonía. El artista pop se paseó entre ellos como un autista, según recuerdan algunas de las personas que estuvieron con él durante su visita. El Mundo celebra al personaje con una colección de sus láminas.

Flanqueado por la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada (izqda.), y por Pitita Ridruejo (dcha.), Andy Warhol estuvo en las fiestas de los March y los Hachuel. “Era como un muñeco. Se pasaba todo el día haciendo fotos a la gente: la ‘celebrity’ inmortalizando a los démás”, declara la diseñadora.

La visita de Andy Warhol a España es como una de esas historias románticas con final triste, en la que una de las partes considera a la otra el amor de su vida y, en cambio, el objeto de esa gran pasión no recuerda ni el nombre de lo que para él fue una aventura pasajera. La visita de Warhol a Madrid en enero de 1983 fue un acontecimiento histórico para un sector de la sociedad madrileña. En cualquier otro momento hubiera sido, obviamente, algo muy relevante, pero el hecho de que viniera en el 83 y precisamente a la capital, hizo de su viaje algo muy especial (moriría cuatro años después durante una operación de vesícula).

Una especie de certificación oficial de que la Movida era algo importante y que España –ese país que intentaba coger como fuera el tren de los tiempos modernos– estaba en el cogollo de la vanguardia. Aquella visita, en la que vino invitado por Fernando Vijande, que inauguraba en su galería la muestra Cuchillos, cruces y pistolas, aglutina con diversos detalles buena parte de la filosofía de muchos artistas que comenzaban su carrera en aquella época y el pulso de una sociedad que empezaba a transformarse.

Bendijo, dio carta de identidad a actitudes que tanto tenían que ver con los postulados de su Factory neoyorquina, como esa mezcla entre la cultura y lo cotidiano, la fascinación desprejuiciada por personajes de la alta sociedad y de las revistas del corazón, como mitos del imaginario pop (que aquí tan bien cultivaban Costus, McNamara, Almodóvar o Alaska y los Pegamoides) y la facilidad para relacionarse y aglutinar a aristócratas con personajes desclasados (algunos también de familia bien) de la cultura underground…

En cualquier caso resulta significativo que esos días de Warhol en España, que han llenado capítulos de libros o que ahora mismo sirven para hacer un artículo, no fueron, al parecer, en absoluto relevantes para él.

En sus diarios (Diarios, Andy Warhol, Ed. Anagrama), donde anotaba absolutamente todo, desde lo que le había costado el taxi para ir al dentista hasta lo que había comido para desayunar, no escribe nada de su viaje a España.

Pasa del día 14 de enero al 25 de enero de 1983, sin mencionar el viaje a Madrid. En cambio, sí habla de su visita a París o a Mónaco. Y Víctor Bockris, amigo y biógrafo oficial de Warhol, dedica un párrafo de 20 líneas a ese periplo, en una biografía del artista de 530 páginas.

Un vago recuerdo. La persona que más luz podría aportar sobre ese viaje es Chris Makos (fotógrafo y amigo del pintor) que le acompañó entonces, junto a Fred Hughes (su secretario). Pero, como la mayoría de los que hemos consultado sobre aquellos días, reconoce que tiene un recuerdo vago de todo aquello y que no puede aportar demasiados detalles. De hecho, desentrañar qué ocurrió exactamente durante esa semana es complicado, porque testigos del mismo acontecimiento dan versiones distintas de lo que ocurrió, pero ya se sabe que si uno se acuerda bien de lo que ocurrió durante la Movida es que no la vivió…

Volviendo a Chris Makos, en declaraciones a Magazine desde su estudio de Nueva York, rememora que lo que más le gustó a Andy de España fue la gente («los españoles le parecieron muy sexys») y la repostería: «Las pastas de la pastelería Mallorca le volvieron loco. Bueno, y las tapas, pero compró un montón de pastas para llevarse a Nueva York». Pero además de comprar dulces de Mallorca, Warhol hizo algunas (tampoco muchas) cosas más. Las fiestas en casa de los March y de los Hachuel fueron los dos momentos sociales más relevantes.

Fueron acontecimientos esenciales dentro de lo que después se llamaría la Movida, porque estaban todos los que han tenido algo que decir dentro de aquel movimiento. Pero además supuso un precedente de algo que se convertiría en una constante durante esa década y la siguiente, que no se había dado antes en nuestro país: la unión entre la modernidad underground y la alta sociedad de toda la vida.

En la fiesta de la casa de la calle Miguel Ángel de los March, o en la de los Hachuel, se mezclaron personajes como Cuqui Fierro, Pitita Ridruejo o Isabel Preysler con Almodóvar, McNamara, Alaska y los Pegamoides, Sigfrido Martín Begué, Bernardo Bonezzi, Gorka de Dúo, Pablo Pérez Míguez o Luis Antonio de Villena.

Este último explica aquella reunión en un capítulo de su libro Madrid ha muerto. Él fue uno de los pocos elegidos que estuvo en la cena previa a la fiesta de Juan March, donde se reunieron unas 15 personas, que serían unas 100 en el «fiestón». «Warhol», explica Villena, «se sentó al lado de Isabel Preysler.

Creo que Isabel le había encargado un retrato o estaba interesada. Ella, al principio, como era lógico, intentó entablar conversación con él, pero después de varios minutos de recibir el silencio o monosílabos por respuesta, desistió, lógicamente. Él, prácticamente, no abrió la boca».

Después de la cena, todos bajaron a la gran fiesta. Aunque era en su honor, los presentes cuentan que Warhol continuó con su mutismo, interpretando el personaje a la perfección y, como cualquier gran estrella que se precie, estuvo unos minutos, acompañado por una especie de séquito de chicos guapísimos –según cuenta Luis Antonio de Villena–, y se fue. Pero durante esos minutos tuvo tiempo para hablar con algunos de los artistas que estaban por allí.

En el prólogo de su libro Patty Diphusa (Ed. Anagrama), Almodóvar explica magníficamente su encuentro con Warhol y también lo que él significaba para aquellos artistas. «A propósito de la exhibición de la última obra de Warhol [Cuchilllos, cruces y pistolas] provocó [el galerista Fernando Vijande] un encuentro entre ambos submundos, tan distantes y tan paralelos. Cada día éramos presentados una y otra vez al dios Warhol en distintas fiestas organizadas en su honor, pero nunca nos reconocía (hablo en plural porque siempre éramos un montón de gente).

Andy desarrolló en Madrid su vertiente más autista, se limitaba a estar en los sitios y si acaso te hacía una foto con gesto de autómata. Daba la impresión de que la cámara no estuviera cargada. Lo que más le interesaban eran las marquesas y gente así, a ver si alguna le encargaba algún retrato, pero creo que ninguna picó».

El realizador manchego continúa: «Siempre me presentaban como el Warhol español. A la quinta vez (en casa de los March) me preguntó por qué yo era el Warhol español. ‘Porque no se les ocurre otro modo de presentarme’, le dije. ‘A simple vista no nos parecemos’, me dijo. (…) ‘Debe ser porque en mis películas yo también saco travestís y drogadictos’, le contesté avergonzado, consciente de que la conversación y mi papel en ella eran bastante ridículos».

Flamenco y Pegamoides. Si la fiesta de los March fue sonada, lo cierto es que la que se hizo en casa de Hachuel, para despedirle, no tuvo nada que envidiar. Allí actuaron un cuadro flamenco, Alaska y los Pegamoides y Almodóvar y McNamara. El cantante, escritor y ahora pintor Fabio McNamara reconoce que muy muy bien no recuerda lo que pasó allí, pero que habló con él. «Nosotros íbamos a divertirnos, no a fijarnos a ver qué pasaba para poder contarlo años después. Supongo que estaríamos en algún rincón riéndonos, no sé, la verdad. Yo en aquella época me pasaba un poco y no recuerdo muy bien nada. Además, hace tantos años… Lo que sí recuerdo, porque me dejó muy impactado, fue que se me acercó y me dijo: ‘You are a star’. Yo, como no sé inglés ni nada, pues le debí decir ‘I like your cuadros’, o algo así, pero no pude hablar más por eso, porque no sé inglés».

La mayoría de los testigos de la época coinciden en afirmar que a Warhol le interesaba mucho más relacionarse con gente de la alta sociedad (que podía comprarle o encargarle cuadros) que con los artistas que podían quizá tener algo más que ver con él. Cuando se le pregunta a Christopher Makos sobre el asunto, explica con una sensatez aplastante que Andy Warhol era un artista que vivía de su trabajo. «Tenía que pagar sus facturas y, claro, intentaba conseguir encargos para retratos. Vivía de su trabajo. Pero también le encantaba empaparse del ambiente de las fiestas. Él no había estado nunca en España y lo vivía como una nueva experiencia y por supuesto que le encantaba estar rodeado de los artistas que iban a esas fiestas».

Una de esas artistas fue Ágatha Ruiz de la Prada, que allí conoció a Makos, con el que ha mantenido el contacto a lo largo de estos años. «Cuando vino Warhol», explica Ágatha, que llevaba uno de sus ya míticos trajes de aro para la inauguración/fiesta de Warhol, «yo acababa de exponer en Vijande. Si no recuerdo mal, mi muestra fue la inmediatamente anterior a esa. El recuerdo que tengo de él es que parecía de cera. Era como un muñeco. Con su peluca y el maquillaje que llevaba tenía un aspecto muy particular y también me parecía fantástico que se pasara todo el tiempo haciendo fotos a la gente, muy en la línea de su filosofía: la celebrity inmortalizando a los demás».

Ausencia de divismo. Efectivamente, Warhol mantenía su personaje las 24 horas del día. Y, como los grandes genios, tenía muy claro que el talento sin profesionalidad ni trabajo, sirve para poco. Blanca Sánchez, la mano derecha de Fernando Vijande y, entre otras cosas, comisaria de los recientes actos de conmemoración de la Movida madrileña destaca, sobre ningún otro aspecto, que lo que más le impactó de él fue la profesionalidad, capacidad de trabajo y falta absoluta de divismo. Que, pese a esa imagen de frivolidad que tenemos de él, era uno de los artistas más formales con los que se ha encontrado.

«Él sabía», explica, «que este era un viaje de negocios y que las cenas, las firmas de catálogos o las entrevistas formaban parte de su trabajo. Para hacerse una idea, por ejemplo, a nosotros habitualmente nos costaba lo suyo que los artistas de la galería firmaran los 50 catálogos que solíamos tener para los clientes. Llegó, preguntó cuántos tenía que firmar, le dijimos que 1.000 y ni se inmutó.

Pidió que alguien se los fuera abriendo, para no perder tiempo, y se hizo los 1.000 de una sentada. Después, no ponía ninguna pega si tenía una cena, una comida, una entrevista o una reunión. Cuando abrimos la galería para todo el mundo que quisiera se acercara a que le firmara cualquier objeto, estuvo horas y horas aguantando a la gente que literalmente se le tiraba encima y firmando todo lo que le ponían, desde un trozo de pan a un billete de metro.

Y en las cenas o comidas, que Fernando le había preparado, lo mismo: preguntaba quién era la persona que le invitaba, cuánto tiempo tendría que estar y allí iba, sin ningún problema. Recuerdo que en una de esas fiestas Fernando [Vijande] le dijo que no era muy apropiado ir en vaqueros. Se fue al Villamagna, se puso unos pantalones de vestir encima de los jeans y así se fue a la comida».

Efectivamente, si bien artistas como Gorka de Dúo o Alberto Schommer (que le fotografiaron), Maruja Mallo (con la que habló dos minutos en la inauguración de Vijande) o todos los ya citados, estuvieron cerca del pintor, él venía a hacer negocios y donde más tiempo pasó fue en casas de las grandes familias madrileñas. De la alta sociedad más moderna y aficionada al arte. Los March y los Hachuel por supuesto que fueron anfitriones en las dos grandes fiestas, pero también los Arango o Ignacio Coca y su mujer Silvia Moroder, por ejemplo, que le invitaron a comer en su casa y de aquella relación surgió la idea de hacerle un retrato a ella.

Pitita Ridruejo también estuvo en la fiesta de los March y fue una de las personas que más contacto tuvo con él. «Mi marido y yo teníamos bastante relación con Warhol porque le habíamos conocido en Nueva York», cuenta Pitita Ridruejo a Magazine. «Aquí estuvimos con él en la fiesta de Juan March y después yo quedé para entrevistarle para Tiempo, porque Julián Lago me pidió que, ya que le conocía, le hiciera una entrevista. Mi hija me acompañó y fuimos al Villamagna, donde se alojaba. Cuando llegamos tenía todos los muebles de la habitación tirados por el suelo. Pero nosotras entramos como si fuera lo más normal del mundo. Nos sentamos en el suelo y le hicimos la entrevista.

Sus respuestas eran geniales, muy ingeniosas, pero la verdad es que no tenían mucho que ver con lo que se le preguntaba, pero daba igual. Al terminar me preguntó si había hecho muchas entrevistas en una habitación como esa, con todo tirado, y yo le dije que no. Él me replicó entonces que por qué no le había dicho nada y le dije que a mí lo que me importaba era la entrevista y que me daba igual cómo estuviera el mobiliario.

Después seguimos viéndonos y siempre que íbamos a Nueva York le visitábamos en la Factory. Me propuso que hiciera entrevistas para su revista Interview desde Madrid, pero a mí me pilló en un momento en el que íbamos a vivir fuera de España y no pude hacerlo. De lo que me arrepiento es de que no me hiciera un retrato. Fui dejándolo pasar, no se me ocurrió y no pudo ser».

Con Ana Obregón. Otra de las personas que estuvo en la fiesta de los March y que después siguió en contacto con Warhol fue Ana Obregón. «En la fiesta estuve un momento con él, aunque había mucha gente y no hablé demasiado. Pero se quedó encantado conmigo y después coincidió que fue cuando me fui a vivir a Nueva York y Javier Vallhonrat me hizo una sesión de fotos que se publicó en Interview. De vez en cuando nos vimos en la Factory», declara.

Pero además de fiestas, cenas, comidas y firmas en la Vijande, Warhol tuvo tiempo para dar alguna vuelta por Madrid. Una tarde la dedicó a pasear, guiado por el secretario de Juan March, Vicente Carretón, por las tiendas religiosas del centro de Madrid.

La iconografía católica le llamaba muchísimo la atención y quería ver las estampas de santos, las casullas y todos aquellos objetos, que le encantaron. También estuvo probándose capas en la emblemática tienda Seseña. Ese tipismo español: la mezcla entre la religión y el apasionamiento era un elemento que atraía especialmente a Warhol de España.

Esa idea estaba presente en la muestra de Vijande, donde las cruces, las pistolas y los cuchillos tenían mucho que ver con ese carácter pasional y lorquiano que a él le parecía la esencia de España. Por eso quiso visitar Toledo y también le llevaron a Chinchón (localidad a las afueras de Madrid), donde, como un turista más, firmó en uno de los barriles de La Taberna del Vino.

Pero una de las visitas que el artista multidisciplinar no quería perderse era la del Museo del Prado. Representaba uno de los sitios que más interés tenía en conocer y al que más insistió en que le llevaran. «Al día siguiente de la fiesta con los March», explica Luis Antonio de Villena, «le acompañamos al Museo del Prado. Al llegar preguntó por la tienda del museo, donde vendían tarjetas y guías.

Fuimos allí y estuvo un buen rato mirando las tarjetas con las reproducciones de los cuadros que había dentro. Compró algunas, entre ellas una de un bodegón de Zurbarán, creo recordar, y cuando al fin le dijimos: «Bueno, ¿entramos ya?», nos contestó: «No, no, ya lo he visto. Es maravilloso, es un museo magnífico, me ha encantado».

Lo conocieron en su visita:

Alberto Schommer, fotógrafo; Fernando Vijande, galerista; Blanca Sánchez, galerista; Lola Moriarty, galerista; Borja Casani, galerista, periodista; Marta Moriarty, galerista; Bernardo Bonezzi, músico; Gorka de Dúo, fotógrafo; Pablo Pérez Míguez, fotógrafo; Pitita Ridruejo, periodista; Alaska, músico; Carlos Berlanga, músico; Vicente Carretón, crítico de arte, actor, secretario de Juan March; Isabel Preysler y Carlos Falcó (marqués de Griñón); Nacho Canut, músico; Luis Antonio de Villena, escritor; Pedro Almodóvar, director de cine; Fabio McNamara, actor, músico, pintor; Ana García Obregón, actriz; Cuqui Fierro; Ignacio Coca; Silvia Coca; Famila Arango; Ágatha Ruiz de la Prada, diseñadora; Cármen Jiménez, pintora; Luis Gordillo, pintor; Maruja Mallo, pintora; Eugenia Fernández de Castro y Jacobo Siruela; Antonio de Senillosa, político y escritor; Jacques Hachuel, empresario; Juan March y Manuel March, empresarios; Sigfrido Martín Begué, pintor; Costus, pintores y Adolfo Arrieta, cineasta.

Rey de las subastas, Por Gonzalo Ugidos

Sólo cuando exploró los caminos del pop en la sopa Campbell’s ganó una fama que habría de durar mucho más de un cuarto de hora. Ensalzó la cultura popular a la dignidad de la vanguardia y la fotoserigrafía le permitió producir en serie, hasta alcanzar la cifra energuménica de unas 100.000 pinturas, salidas de su Factory en la calle 47 de Nueva York. Innovador radical, comenzó a pintar celebridades “kitsch” con tintas en severa línea continua y guaches de color plano: Mao, Jackie Onassis, Elvis, Marilyn… Su ironía ensanchó los horizontes del arte y lo convirtió en un nuevo Velázquez.

Visionario anfetamínico y dandi ubicuo, a través de la repetición demostró que no hay repetición en el arte. El pasado mes de mayo el “Green Car Crash” (1963) alcanzó en la Christie’s neoyorquina los 53,3 millones de dólares.

En la misma velada, la “Lemon Marilyn” se adjudicó por 20,8 millones. Su cotización crece de año en año en los mercados emergentes de China, Rusia e India. Sólo Picasso resiste la embestida de este genio del “glamour” dionisiaco.

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Extraído de: Diario El Mundo, 10 de Junio de 2007

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