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8 may 2017

'Me gusta Malasaña', un documental de Juanjo Castro

El número 14 es una puerta vieja y estrecha de madera lacada en rojo y llena de grafitis. Una puerta más, que no destaca demasiado del resto de puertas que salpican aquí y allí la calle Palma, en el centro de Madrid. Pero hace casi 40 años este portal se convirtió en uno de los epicentros del movimiento contracultural que sacudió a la España de la democracia neonata y que abrió camino a una generación ansiosa por transgredir y por alistarse en la guerrilla ética y estética. Si tras esa puerta no nació la Movida madrileña, al menos pernoctó unas cuantas noches. Allí vivían las Costus, que habían creado su propia 'factory' castiza, por la que alternaron los Almodóvar, McNamara, Chamorro, García-Alix. Y allí se pavoneaban los cardados y las chorreras que convirtieron las calles del barrio de Malasaña en las trincheras del 'underground'.

A pocos pasos del piso de las Costus -en el que se rodaron los interiores de 'Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón', con una Alaska todavía menor de edad-, el Penta se mantiene como templo del pop alternativo, poco antes de llegar a la plazuela Antonio Vega y a la calle Velarde, donde resiste desde 1979 La Vía Láctea, el tercer gran pilar de la ruta de la movida y el mismo lugar en el que cuenta la leyenda que Joe Strummer se acodó y pidió un Soberano. En su cabina aterrizó también Nacho Campillo, recién llegado de Londres, antes de marcar la historia del pop bajo el nombre de Tam Tam Go! Y también hasta allí se acercaba todos los viernes un Juanjo Castro recién iniciado en la noche madrileña a pedir prestada la cámara de vídeo con la que sació su primer apetito cinematográfico, antes de convertirse en director de series de televisión y de estrenar '#MeGustaMalasaña' -parafraseando a Manu Chao-, un documental en el que explora los orígenes, la historia y la idiosincrasia del barrio más 'trendy' de Madrid a través de sus vecinos y sus calles.

En los años 70, después de una época de decadencia, Malasaña -cuyos límites canónicos se encuentran en las calles Fuencarral, Alberto Aguilera, Gran Vía y Princesa- comenzó a poblarse de gente joven atraída por el bajo precio de los alquileres de la zona. Después de un letargo de 40 años de dictadura franquista, sus calles se llenaron de punks, rockers, hippies, progres, artistas y escritores, un 'totum revolutum' efervescente y simbiótico concentrado en los alrededores de la plaza del 2 de mayo, el corazón palpitante del barrio. La gente se juntaba en la calle, entorno a la plaza de la que salieron un sinfín de grupos de música. "Había grandes ideas, grandes canciones y músicos que no necesitaban ser virtuosos", recuerda Luis Martín, guitarra de Lobos negros, grupo pionero del rockabilly español.

'Jam sessions' -llamadas "saltos"- hasta las tres de la mañana en el Agapo, en la calle de la Madera, haciendo la inerminable cola para entrar a escuchar las sesiones de Kike Turmix. Acabar en la Tasca el Maragato, al lado del Pepe Botella, "regentado por dos ancianos entrañables", donde el propio Castro echaba entonces horas y horas. Ruta desde el Penta hasta el King Creole, la Vaca Austera o la sala Astoria. Había que demostrarle al mundo lo moderna, creativa, diferente y culturalmente inquieta que era la capital. "Queremos que Madrid sea una ciudad viva y la viveza de Madrid depende en gran parte de la viveza de estas plazas que estamos recobrando para el pueblo", que gritaría Tierno Galván.

A finales de los 80 el barrio se fue apagando. Cogió fama de estar lleno de prostitutas y drogadictos y de no ser el lugar más seguro de la capital. "Malasaña era un sitio muy oscuro, también de día", explica Castro. "¿Te acuerdas de la escena de 'El crack', cómo estaba la Gran Vía? Pues así era Malasaña, oscurecida por la contaminación, con los camellos nacionales vendiendo en la plaza del 2 de mayo y los camellos marroquíes en San Vicente Ferrer, vendiendo chocolate y lo que fuera". La Movida murió en 1986, dicen. Y con ella, una parte importante del barrio.

Malasaña, algo más que la Movida

Sin embargo, y aunque están unidos indisolublemente, Malasaña fue mucho más que la tierra natal de la Movida, como cuenta Castro en su documental. En la antigua Dehesa de Amaniel, coto de caza de los reyes, se construyó un primer ensanche, fuera de las primeras murallas del Madrid de la corte de Felipe II, según cuenta el historiador Juan Carlos González: "La primera calle que se trazó fue la calle de la Puebla". Así nació el Malasaña primigenio -también conocido como Maravillas, en honor a la Parroquia de Nuestra Señora de las Maravillas y Santos Justo y Pastor-, que primero "en el siglo XVII era un barrio de poetas y putas", luego se llenó de conventos y palacios y por último, en el siglo XIX, de diferentes tipos de industrias. Las perspectivas de trabajo atrajeron a una mayor población en lo que sería la primera edad de oro de la barriada, lo que explica el predominio de la arquitectura decimonónica en la zona.

Después llegará Educación Superior a la calle San Bernardo y se implementa "una dinámica de vida que mezcla una burguesía emergente con la clase obrera y los estudiantes de la Universidad Central", explica el documental. Y allí también está el primer germen de esa bohemia que hasta hoy define un distrito marcado, a través de sus vecinos, por un espíritu artistico e intelectual reflejado en el gran número de talleres de pintura, escultura y artesanía que pueblan los bajos de los edificios.

¿Se puede morir de éxito?

"Hasta que hice el documental no había oído la palabra gentrificación. Aunque dicen que ya se ha quedado obsoleta. Ahora lo llaman turistificación". Gentrificación. Turistificación. Parque temático. Frente a la cámara de Castro, los vecinos repiten estos términos una y otra vez. El distrito centro -133.000 habitantes-, al que pertenece Malasaña -30.000 vecinos-, recibe cada fin de semana entre 600.000 y un millón de turistas. La calle Fuencarral, que antaño era una miríada de pequeñas zapaterías y ultramarinos, ahora alberga Starbucks, Dunking Donuts y un sinfín de cadenas multinacionales. "Malasaña siempre ha sido un barrio muy asociado con el rock y las tribus urbanas", pero "se está 'chuequizando'", se queja Jorge Larreina, dueño de la tienda de música alternativa Rara Avis. "De repente están empezando a subir los alquileres y se está llenando de modernos".

Una preocupación que comparten muchos de los vecinos y comerciantes de la zona, que están viendo cómo se reproduce el modelo de hostelería y comercio enfocado mayoritariamente al turista y se están cerrando los negocios tradicionales más representativos del barrio -como la zapatería Casa Crespo, abierta desde 1863 y que ha pasado por las manos de cinco generaciones de la misma familia- para convertirse en una "zona más chic". Una masificación turística que, según los vecinos entrevistados en el documental, está provocando la subida del precio de los pisos y, por ende, la marcha de los antiguos residentes a zonas de Madrid más asequibles. Malasaña, nacido como un barrio de putas y poetas, ahora está plagado de vermús de diseño, gin-tonic y micropoesía.

[Fuente: Marta Medina para elconfidencial.com -Enlace original- ]

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